viernes, 21 de diciembre de 2012

Alfonso Carrasquel

 
 Alfonso Carrasquel  (El Cuentacuentos del campo corto)

Muchas veces, cuando Concepción realizaba una gran jugada, papá aprovechaba para recordar al inigualable Alfonso “Chico” Carrasquel.
    
Si algo es verdaderamente una fortuna en la vida, es poder ser amigo de un ídolo.
    
Aunque Alejandro Carrasquel había sido el primer venezolano en jugar para un equipo de Grandes Ligas, seguido de Jesús “Chucho” Ramos, fue Alfonso “Chico” Carrasquel quien adquirió dimensiones de super estrella.
    
Había debutado en la pelota profesional en 1946 con el Cervecería de Caracas, el equipo de la capital que había heredado el abolengo del Royal Criollos.
    
Al principio se le conoció como “El sobrino”, por su parentesco con Alejandro, pero tan rápido como un swing, desde el primer día se instaló en el sentir caraquista. Debutó con jonrón, inaugurando la lista de los batazos de vuelta entera en la historia de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional.
    
Dos versiones se dan como válidas para explicar el apodo de “Chico”. Unos dicen que fue para diferenciarlo de su tío Alejandro y otros que el origen fue su hablar caraqueño, “chico pa´llá, chico pa´cá, oye chico…”.  

Lo de “Fantasma de la Calle 35” se lo ganó en el Comiskey Park, que estaba en la calle 35 de Chicago. Cuando ya parecía que la bola iba a picar inatrapable, Alfonso salía como de la nada, como un espectro, para colgar un out. 
    
Basta con ver las fotos de la época para entender por qué, además de ser el favorito de los fanáticos caraquistas, era también admirado por las muchachas. Alfonso era alto, atlético, buenmozo, con alegres ojos achinados y siempre sonreído.
   
Aún no tengo claro si eso del “equipo de las caras bonitas” era por las mujeres bellas que iban al Cervecería o por Alfonso y algún otro pelotero guapo, el “Chino” Canónico tal vez.
    
El y mi papá se hicieron amigos cuando ya el Chico era un super estrella. Los presentó Miguel Sanabria, quien había ideado, junto a otros egresados de la UCV, una forma de no alejarse ni de la Universidad, ni del beisbol. Entonces inventaron “La Caimanera de los miércoles”, integrada básicamente por profesionales recién graduados, que jugaban pelota. Sanabria era ingeniero, Luis Rivas era economista, papá médico y así, cada uno tenía su título, pero ninguno quiso colgar los ganchos. Aun juegan miercoles y algunos sabados.
    
Miguel Sanabria, además de ingeniero, había sido un destacado deportista, había probado suerte en el profesional, tanto en beisbol como en fútbol. En el fúbol se le recuerda como “El Pez Volador; En el beisbol, jugó para el Cervecería y el Pampero. Con los spikes era agresivo y pícaro, no en balde le decían “el Caribe Sanabria”.  Fue exaltado al Salón de la Fama del Deporte de Venezuela.
    
No era mi tío biológico, pero siempre le llamé “tío Miguel” porque como tal lo quería.
    
La Caimanera juega todos los miércoles al medio día, a menos que una causa irremediable se los impida y ha sido así desde siempre, por eso era fácil que coincidieran comenzando la tarde, cuando terminaba la partida de los egresados y comenzaba la práctica de los profesionales.

Fue ahí donde papá conoció a “Carrasquelito”, quien nunca dejó de ser su favorito.
    
No recuerdo qué edad tenía yo la vez que conocí al Chico, pero sí que en el desayuno siguiente le hablé a papá de muchas de las anécdotas que me había contado en menos de media hora. 
    
Él era como un cuentacuentos, sus historias eran fascinantes, parecían irreales. Como había sido uno de los mejores de su época, sus cuentos involucraban nombres sólo alcanzables para la mayoria de la gente, a través de los libros o las películas, nombres como Willie Mays, Ted Williams, Joe Di Maggio, el presidente Harry Truman, quien lo mandaba a buscar para almorzar en su Rancho en Kansas City, Marilyn Monroe, Cesar Girón…  
    
Mi papá se reía sólo cada vez que yo le refería un cuento que me había contado y luego me decía que había que creerle sólo una parte, porque a él le gustaba exagerar. Lo cierto es que hasta el final, hasta el último día que le escuché contar, siempre creí que si aquello no había pasado tal como él decía, así era como debió ocurrir.
    
Contaba de la noche en la que fue a cenar con Joe Di Maggio y Marilyn, subía el hombro derecho hacia la oreja cuando recordaba la voz de la rubia susurrando en su oído.
    
Como ya he escrito otra vez de todas sus memorias, la que más me gustaba oír era la de su primer uniforme de pelotero. En su humilde hogar de Sarría había mucho afecto, pero poca plata, así que cuando le tocó ponerse su primer uniforme, su mamá tuvo que hacerlo con la resistente tela de dos sacos de harina Gold Medal. Alfonso recordaba eso con tanto amor, se le quebraba la voz emocionado, porque de ahí inevitablemente recordaba otro uniforme suyo, el primero que le dieron cuando llegó a Vero Beach, hogar primaveral de los Dodgers.
    
Al final de esa primavera fue cambiado para los Medias Blancas de Chicago y de ahí en adelante la historia es conocida.
    
Fue el primer pelotero latino en un Juego de Estrellas, en una época en la que la selección corría a cargo de los propios jugadores y Chico le ganó el lugar nada menos que a Phil Rizzuto, uno de los más emblemáticos Yankees de todos los Yankees.

No tenía facturas para nadie, no fue de guardar rencores, ni con la diabetes llegó a disgustarse.
    
Se saboreaba la vida recordando, por eso era tan buen conversador.
    
Nunca perdió el humor, unas semanas antes del último inning, se enfermó y hubo que llevarlo al Hospital de Clínicas Caracas. Allí estuvo un par de días antes de regresar a la casa. Desde allí habló por teléfono conmigo y me dijo: “Llegué a tercera, pero no me empujaron, así que nos vamos a extraining”.
    
Habíamos resuelto que su partida la estaba “ompayando” el cubano Roberto “Musulungo” Herrera, célebre ex-jugador del Caracas, que después se hizo árbitro y quien hasta hace unos años cantaba bolas y strikes en nuestra pelota.
    
Muchos juegos, muchos, cuando “Musulungo” estaba detrás del plato, terminaban en extrainings, así que acordamos que él era el principal. Le  dieron de alta.
    
EL 27 de mayo de 2005 me despertaron de la radio antes de las seis de la mañana, para que preparara una semblanza suya. Fue como me enteré de que se nos había ido.
    
Me contó su hermanita Maritza que se acostó a dormir contento, porque Freddy García había ganado y los Medias Blancas, dirigidos por Oswaldo Guillén, habían tenido un buen arranque.

Tenía la placidez y la sonrisa de quien se fué de 4-4 o en todo caso, de quien no dejó pasar un pitcheo bueno…
    
Ese año, los Medias Blancas de Chicago ganaron la Serie Mundial por primera vez desde 1919. Oswaldo Guillén y sus muchachos acabaron con la “Maldición de los Medias Negras” en una serie en la que pasaron cosas increíbles, mágicas, casi todas en los alrededores de la segunda base.
    
Además, en la temporada 2005-2006, nombrada “Alfonso Carrasquel” en su memoria, los Leones del Caracas se titularon otra vez, después de 10 años, luego de ganar juegos que parecían imposibles.
    
En la Serie del Caribe celebrada en Valencia y Maracay, los Leones ganaron invictos. No habían ganado el Clásico desde hacía 17 años, “17”, como el número de Chico. También en esos juegos ocurrieron cosas extrañas, como la que selló la victoria.
    
El último desafío fue contra los dominicanos. El juego estaba empatado en el noveno, con hombre en segunda. Henry Blanco conectó mal una bola que salió en “inocente” flaicito al campo corto. Cuando parecía que el juego se iría a innings extras Manny Aybar se desubicó y recibió la pelota con la cabeza, desviándola más lejos, hacia el jardín izquierdo. Nada que hacer, Alex González entró con la de dejarlos en el terreno.
    
La “jugada” no deja de ser cómica, porque fue un juego de pelota que terminó con un cabezazo.

Se hizo inevitable pensar en el “Fantasma de la Calle 35”…    


sábado, 15 de diciembre de 2012

El Universitario


El Universitario 
(No desaparecerá jamás)

Desde que camino, si no antes, lo conozco.

Todos los caraqueños o quienes vienen a Caracas lo han visto sobresaliendo a un lado de la autopista, con el letrero de Savoy detrás, a la orilla del río, a un lado de María Lionza.

Cuando hay juegos de noche y las luces están encendidas, el resplandor se ve desde la recta de Bello Monte, pero si uno viene bajando por Colinas, la vista es cenital y se disfruta completo, se ve esplendoroso.

Yo lo he visto desde todas partes. Cuando era chiquita, desde que pasábamos Sears estaba pendiente del instante en que aparecieran las torres de luz.

Me conmueve cómo mi hijo Daniel ha sido igual desde la primera vez que lo llevé a un juego, tendría 10 meses de edad, pero era de noche y el sólo miraba hacia las luces.

El Universitario es uno de mis sitios favoritos.

Cuando papá tenía un juego los sábados y me llevaba con él, al terminar la práctica me bajaba al terreno. Conocía los recovecos, sabía dónde guardaban la cal, los backstops, los tobos de pelotas rojitas de tanto uso y aporreadas…

Papá metía el carro hasta adentro y si era temporada tenía que sacarlo cuando comenzaban a llegar los peloteros, a los que saludaba y me presentaba, era una gozadera acompañarlo, porque era posible disfrutar de ese momento previo al juego.

La preparación de la fiesta, las cervezas en las neveras, los vendedores arreglando sus chucherías deliciosas, el olor a fritanga que viene del puente, los jugadores en el terreno iniciando sus estiramientos…

El Estadio Universitario es nuestro templo de beisbol, ahí han ocurrido hazañas inolvidables, juegos si hits ni carreras, jonrones, jugadas de triple play, robos de home, ponches espectulares, se han establecido récords, han debutado centenares de novatos, todo lo posible en beisbol, menos un juego perfecto, ha tenido el Universitario como escenario.

Más allá de todo eso o por todo eso y más, es un sitio que embriaga. Sí, es verdad que las energías se quedan en los lugares, por eso ahí están todas las emociones juntas.

En el Universitario, entre pitcheo y carreras, no son pocas las historias de amor que han comenzado. Es un sitio romántico, que se los digo yo, que me encontré con mi esposo Daniel una noche de derrota para el Caracas. Excusa perfecta para el primer abrazo.

Algunos piensan en el estadio y les huele a parrilla, a mí a las naranjas peladas que vendían en la entrada “D”.

El estadio es  el “Corneta Lezama”, el mejor fanático que pueda tener equipo alguno. Está con el Caracas desde que era el Cervecería, y es quien toda la vida ha animado a las tribunas con sus cantos y su corneteo. Ese no pierde la fe, si por él fuera, por todo lo que hace, quiero decir, el Caracas jamás habría perdido un juego de pelota, mucho menos contra el Magallanes.

Tengo tiempo que no lo veo, desde que inventaron los abonos VIP, pero hasta no hace mucho había un cervecero, Rómulo, que cantaba boleros mientras servía. Si el juego se ponía fastidioso, Rómulo salvaba la noche con Agustín Lara.

De mis recuerdos más espectaculares en el estadio, siendo aún sólo fanática, está la noche del no hit no run de Urbano Lugo hijo, el célebre juego con el que le ganamos la final a los Tiburones de la Guaira, aquella “guerrilla” de Pérez Tovar, Alfredo Pedrique, Carlos “Café” Martínez, Luis Salazar, Gustavo Polidor, Norman Carrasco y Oswaldo Guillén, para sólo nombrar a los criollos.

Fue una noche de grandes jugadas defensivas, como siempre en este tipo de hazañas, y Andrés Galarraga sonó cuandrangular por todo el medio.

En el quinto inning se le embasó Luis Salazar, por error del segunda base Casey Candaele, Bruce Fields negoció boleto en el octavo y en el noveno “Café” llegó a primera por error de Jesús Alfaro.

Yo estaba un poco más allá del bull pen, en la zona de preferencia.

El error de Alfarito fue inquietante, no había out y más atrás venían Norman Carrasco, fuera con rolling a pitcher y Alfredo Pedrique, quien fue dominado con fly a primera. Le llegaba el turno a Oswaldo Guillén. Un turno larguísimo en el que los dos, pitcher y bateador, se hicieron de todo para sacarse de concentración mutuamente. Oswaldo pedía tiempo, Urbano se tomaba el suyo, finalmente llegó el envío a la goma. Oswaldo bateó por tercera, pero esta vez no hubo error, Alfarito aseguró el tiro, visiblemente confiado y disparó al mascotín de Galarraga, cerrando una temporada inolvidable para los caraquistas.

Después Urbano Lugo, hoy en día mi gran amigo, me contó que el error de Alfaro fue intencional. El batazo fue incómodo y Café corría como el diablo, así que el antesalista, temiendo que pudieran llegar juntos, bola y corredor, tiró mal para que no hubiera más remedio que anotar error, para que continuara la magia.

¿Habría llegado quieto Café si tira bien? Qué importa, por las razones que sean, fue un error y esa es la historia.

Eso que se llama la felicidad máxima, fue lo que sentimos los caraquistas ese 24 de enero de 1987.

El año siguiente fue aquella seguidilla de las 18 victorias en fila. Yo me empaté en el juego 14, así que los tres siguientes los escuché por radio porque se fueron a Maracay. No había nada mejor que hacer  que estar pendientes del Caracas. Para el 18 regresaron a casa y Ubaldo Heredia era el lanzador, Magallanes su víctima.

Sólo tres hits conectaron los turcos. Fue una noche de buen pitcheo, Caracas hizo sólo una carrera, la única necesaria para concretar uno de los juegos más memorables que se recuerden en Los Chaguaramos.

En el Universitario los venezolanos hemos tenido la dicha de ver crecer a grandes peloteros que luego fueron superestrellas, pero mi particular recuerdo es el de Vizquel tomando la bola con la mano limpia.

La primera vez que lo vi hacerlo estaba con César Miguel y su hijo César Ignacio, todavía un chamito. Nos sentamos justo detrás del home, cuando aun no existia el VIP del terreno. No recuerdo quién bateaba, pero la conexión fue por el sior y Omar hizo esa jugada que es su sello, su marca, su genialidad, y que hoy, cuando alguien más la ejecuta, se dice “al estilo Vizquel”.

Al poco tiempo empecé a trabajar como anunciadora oficial de los Leones del Caracas.

Era el primer juego de la temporada 95-96 y los Leones ganaban cómodamente desde los primeros innings, el León no rugía, así que subí al palco de prensa a reclamar que el León no se escuchaba. A Oscar Prieto Párraga, Gerente General del equipo, quien en ese momento estaba acompañado por Luis Núñez, mandamás de Unión Radio, el Circuito de los Leones y buen amigo, me dijo que por qué no lo hacía yo. Al princinpio no lo tomé en serio, pero Luis me apartó a un lado y me dijo que si yo quería entrar al beisbol, esa oportunidad era única, si sabía aprovecharla.

No lo pensé mucho y acepté la propuesta.

El trabajo se veaía fácil, Juan Carlos Ramos, mi predecesor, era un locutor de gran voz y además no se equivocaba nunca, mantenía informado al público de todo cuanto pasaba en el juego. Era un reto y yo no tenía muy clara la dificultad, hasta que Oscar me dijo que el próximo juego era un Caracas-Magallanes.

Le dije que mejor después, pero eso no lo aceptó, tenía que ser a partir del próximo juego y Luis Núñez me dijo que igualito, la primera vez que trabajara en un Caracas-Magallanes me iba a poner nerviosa y que mejor era salir de eso de una vez.

Otra vez no lo pensé mucho y el día del juego me fui tempranito al estadio.

Tal vez de haber sido en otro lado, no lo hubiera tomado con tanta confianza, pero como el estadio era uno de mis sitios, llegué de lo más tranquila.

Tomé las alineaciones en una hoja de cuaderno y me fui a la cabina del sonido interno. Los compañeros Juan Lucena y José Díaz, me recibieron muy amablemente, pero había cierto nerviosismo con el experimento. Era la primera vez que una mujer hacía ese trabajo en el Universitario y para rematar, debutando en un Caracas-Magallanes.

La visual desde la cabina de sonido es la mejor de todo el parque. Se puede ver todo, el terreno, las gradas, las tribunas, todo se domina desde allí.

Cuando abrí el micrófono y hablé por primera vez, la respuesta del público no se hizo esperar, fue una pita estruendosa, humillante. Apagué el micrófono, pero José Díaz, técnico de sonido, me dijo que siguiera, que no podía salir corriendo, que no escuchara los silvidos, que anunciara las alineaciones y ya.

Pasado ese trago amarguísimo, comenzó el juego, yo temblaba de miedo, de inmediato los amigos llegaron en mi auxilio.

Iván González Romero, Ignacio Serrano, Loly Alvarez, Yocoima Mata, Luis Enrique Sequera y Giner García no me abandonaron en toda la noche, si se descuidaban porque estaban anotando su juego, yo me equivocaba, recuerdo que anuncié dos veces en el mismo turno a Eddy Díaz y volvieron a pitarme.

Equivocarse en el estadio es horrible, porque la tribuna se voltea a mirarlo a uno. Además, ganó Magallanes.

Al día siguiente sintonicé el programa Los Eternos Rivales, que Unión Radio transmitía al medio día y en el que se recibían llamadas del público. Creo que la segunda llamada fue la que yo temía. Un magallanero llamó y dijo: “El Caracas está tan mal, que ahora tienen una jeva que no sabe lo que está haciendo”.

Tenía razón, mi debut fue horrible, pero Oscar Prieto, conductor del programa, dijo que estaba seguro de que yo iba a aprender y advirtió que él me tendría paciencia.

Pasaron dos semanas hasta que tuve mi primer juego sin cometer errores.

Fueron ocho temporadas en las que conocí lo que no conocía del Universitario, el pasillo que conducía al cuarto de los árbitros, donde hoy están los baños de la sección VIP, la cocina, que estaba donde ahora esta el lounge, los dougouts, el cuarto del Loro, el cuidacuartos del Caracas desde el Cervecería, el responsable de que Galarraga sea el 41, Vizquel el 23, Bob el 53 o Urbanito el 8.

Rugí el León miles de veces para amedrentar al contrario.

He visto todas las remodelaciones que le han hecho, desde que tenía bancos y no sillas.

En el estadio venden unas arepas sabrosisimas, las de Longa, siempre calienticas para rellenar con mucho queso fresco o ricos guisos de caraota o carne mechada.

En ese estadio he conocido a gente maravillosa, no sólo jugadores, sino gente como uno, fanáticos del juego, fiebrúos que prefieren ir a un juego que a una fiesta con Billo´s.

Es un sitio del que uno sale contento y cantando cuando gana y triste y calladito si el equipo pierde.

Un Caracas-Magallanes es lo más emocionante que se pueda vivir, es la rivalidad y ligar como sea a que Melvin Mora se ponche, pero también es la guerra de cantos cuando jugamos contra La Guaira o el ambiente sabroso de un Lara-Caracas al que no va tanta gente y uno grita menos, pero grita igual.

En ese sitio ha crecido el Chino, quien tiene la fortuna de ir ahora con papá y de vez en cuando me cuenta que estuvo calentando a “un señor que fue pitcher llamado Luis Peñalver”.

Sus primeros dibujos fueron de las luces del estadio, que no dejan de ser su referencia de la ciudad, para él un sitio queda cerca o lejos del Universitario.

Es el lugar más democrático que existe en el mundo, todos somos igualitos allí, uno del Caracas, otros del Magallanes, de La Guaira, Tigres, Caribes, Cardenales, Águilas o Bravos de Margarita, pero todos estamos ligando ganar y brindamos con un desonocido que a la vuelta de dos días se hace nuestro gran pana, al que a lo mejor no vemos hasta el próximo octubre, pero es con quien hemos compartido un batazo, una cerveza, la tristeza de una derrota y el éxtasis del último campeonato. El día que un pana no va, se nota porque siempre alguien lo extraña…

En el estadio se cierran negocios millonarios. Se enamoran unos y también se montan cachos, hasta cuando transmite la televisión.

Se ven señoras elegantísimas y muchachas que usan tan poca ropa que son capaces de desviar la vista de la bola.

Se ha hecho un gran esfuerzo porque puedan ir las familias, hay más seguridad y las remodelaciones han sido para dar más comodidad a los fanáticos, pero siempre se habla de construir un estadio para Caracas, seguramente es verdad que hace falta, pero el Universitario siempre será el gran templo de nosotros.

Afortunademente no desaparecerá jamás porque forma parte de la Ciudad Universitaria, que es patrimonio de la humanidad y para los beisboleros un sitio irrepetible, mágico, el escenario de las más grandes emociones, el terreno donde crecieron nuestros ídolos y crecimos nosotros.

Estoy segura de que es así aunque nunca me he quedado sola toda una noche, cuando se apagan las luces y sólo alumbra la luna, debe haber unas partidas maravillosas, con Baudilio en el home, Gonzalo Márquez en la inicial, Carrasquelito en el campocorto, César Tovar en segunda y Miguel Sanabria en el jardín izquierdo y quién sabe quién más (el que vaya llegando).

Geremy González, Gustavo Polidor y Café Martínez también deben aparecerse alguna noche y el “Loco” Torres debe seguir haciendo señas.

Seguro Carlos Tovar Bracho llega tempranito y comienza como siempre: “Saludos fanáticos” y Delio Amado narra otro jonrón… “La bola se vaaaa, se vaaaaa, se vaaaaaaaaa, jooooooooooooonrron de Baudilio Díaz”.

Musiú, de blanco absoluto, debe compartir unos datos con Carlitos González y este le dirá en algún momento “sin que me quede nada por dentro” y apostará las “Torres de El Silencio” sino viene un toque.

Pedro Padrón Panza y Oscar “Negro” Prieto recorrerán el terreno y las cuevas, verificando que todo esté en orden.

Todos ellos están ahí, siguen ahí, como todos los que han pasado por sus bases o nos hemos sentado en las gradas o tribunas a ligar un ponche.

El Universitario es legendario como el Yankee Stadium, pero el nuestro no lo van a demoler…







viernes, 14 de diciembre de 2012

Galarraga, beisbol, puro beisbol


Andrés Galarraga, Beisbol, puro beisbol.


Se han filmado muchas películas de beisbol, pero definitivamente mis favoritas son las que cuentan el juego con amor o se basan en las maravillosas historias que han ocurrido en los diamantes.

 The Pride of Yankees, con Gary Cooper, que cuenta la vida de Lou Gherig y que hay que ver con una caja de pañuelos.

The Soul of the Game, de Kevin Rodney Sullivan, con Blair Underwood como Jackie y Delroy Lindo como Satchel Paige, que trata sobre el debut de Jackie Robinson, nos hace admirar a Page y  adorar a Joshua Gibson.

61 *, una cuidadosa producción de Billy Crystal, que narra cómo fue aquel 1961, en el que Roger Maris dejó atrás el record de batazos en una temporada de Babe Ruth, también para llorar varias veces y magníficmente dirigida por un Crystal que se muestra, no sólo como director, sino como gran romántico del juego, regalándonos imagenes que sólo pueden ser recuerdos de un niño que amaba el beisbol.

Babe, con el gordo John Goodman, insuperable en su personaje de Ruth.

Cobb, con Tommy Lee Jones, que a pesar de ser una historia sobre Ty Cobb, quien con su comportamiento muchas veces hizo avergonzar el beisbol, también nos acerca a una forma filosófica de ver la vida y el propio juego.

8 men Out, el drama de los Medias Negras de 1919 y sobre el mismo tema, con un toque de magia y ficción que uno agradecerá siempre, The field of dreams o Campo de Sueños, en mi criterio la más bella de todas.

Una para reírse a carcajadas, pero tal vez la que mejor describe lo que es un equipo por dentro, es Major League. Otra muy divertida se unió hace poco a mis películas de beisbol, “Amor en juego” o Fever pitch, con la encantadora Drew Barrymore, porque además de la historia de amor, es una deliciosa forma de contar cómo terminó para los Medias Rojas la “Maldición del Bambino”.

A league of their own, con Tom Hanks, Maddona, Rossie O´Donnel y Gina Davis, en una actuación encantadora, comparable a su personaje de Thelma, en el clásico Thelma y Louise.

 Bull Durham con Susan Sarandon, Kevin Costner y Tim Robins, una de amor y beisbol que nadie puede dejar de ver para entender muchas historias, como la de mi querida Amanda Gutiérrez con Géremy González en plena final Aragua-Caracas y que siguó en la Serie del Caribe, entre pitcheos y Choroní. 

The Sandlot, con James Earl Jones, que cuenta la historia de unos niños que quieren rescatar una pelota firmada por Babe Ruth.

Las películas de la “vida misma” que hablan de beisbol, superan en hazañas a las de ficción, por eso voy a contar de la vez que César Miguel Rondón, escritor, melómano, periodista, locutor y gran fanático del beisbol, mi hermano del alma, me invitó a producir y a escribir con él y el cinesasta Luis Alberto Lamata, un documental sobre la vida de Andrés Galarraga.
    
Antes de narrar la historia en detalles, quiero comenzar con una frase que soltó César después de nuestra primera entrevista con el gran Gato.
    
Habíamos pasado toda la tarde con Andrés averiguándole la vida, esa vida que comenzó en las calles de Chapellín y que el nos contaba como si hubiera sido normal todo por cuanto pasó para convertirse en una de las estrellas más grandes de su tiempo.
    
Al salir de su casa nos fuimos a un restaurante a celebrar por la gran historia que teníamos en el pequeño grabador.
    
César me dijo, aun emocionado, recapitulando todo lo oído: “Había momentos en los que no sabía si abrazarlo o aplaudirlo”.
    
Aquí va la historia que nos contó el Gato…
    
Su primer equipo fue el de Chapellín, una divisa integrada por puros muchachitos del barrio. El “Negro” Echenique, quien según Andrés era un excelente primera base que “las cogía todas”;  “Toito”, que era catcher y buen bate; Luis Echenique, quien nunca se desligó del beisbol y aún hoy es entrenador de las Panteras de Alto Prado, una de las más exitosas divisas de la Liga Chucho Ramos de la Corporación Criollitos de Venezuela; “Pingüino” y “Pantera”, entre otros, todos participaron encantados en nuestra historia.
    
César decidió convertirlos en una suerte de “gran coro griego” y a lo largo de la película fueron apareciendo para confirmar con sus testimonios por qué Andrés fue quien se convirtió en el gran jugador que conoce el mundo.
    
Las primeras pelotas, como simpre en las historias del beisbol de la calle, eran hechas con cartoncitos de un cuarto de litro de jugo o leche, recubiertas de “teipe” apretadísimo, hasta que el cuadrado se convertía en una esférica que por el ateipado rebotaba, claro que de forma irregular, con bounces extraños y difíciles. Por lo mismo, si se es bueno fildeando ese garabato, cuando viene la pelota de verdad atraparla se hace menos difícil.
    
Los peores días para Andrés eran los sábados o domingos en los que había juego, pero amanecía lloviendo. Como todos los niños, se preguntaba por qué no llovía el lunes o el miercoles, para no ir al colegio.

Se quedaba durante horas mirando llover desde la ventana, hasta que finalmente escampaba y venía el desquite con una partida de chapitas en la plaza, cerca del puente.

Coinciden todos los grandes peloteros, específicamente los del Caribe, que batear chapitas ayuda a afinar la vista.
    
Los niños van a las bodegas y a las licorerías a buscarlas. Recolectan muchísimas y, claro, mientras más chapitas, más tiempo de juego.
    
Andrés era bueno con las chapitas, lo suyo no sólo era fuerza, sino también contacto, cosa que quedaría más que probada a lo largo de su carrera profesional, especialmente en 1993, cuando fue el Campeón Bate de la Liga Nacional con un astronómico promedio de .370. Superando a Tony Gwyn.
    
Un cuento común, no sólo de nuestro “coro griego”, sino también de Jorge Ray, fundador de la divisa “Ray Ran”, equipo al que pasaron casi todos los peloteros del Chapellín, incluyendo al joven Galarraga, es que una vez, jugando en la Base Aérea de La Carlota, uno de sus batazos se fue del campo, impactando en un avión de la Fuerza Aérea que estaba estacionado un poco más allá de la cerca, dejándole marcada la huella de la bola. A los minutos apareció un general reclamando por el golpe.

Lo maravilloso de esta historia es que fueron entrevistados por separado y todos, al recordar la anécdota, abrían los dedos índices y pulgares de las dos manos, haciendo un círculo, pero sin juntarlos, para explicar el tamaño del tatuaje que quedó en el fuselaje de la aereonave.

Con el “Ray Ran” Andrés disfrutó mucho de la vida del pelotero de beisbol menor, la competencia, el irse acostumbrando a la disciplina, al trabajo en equipo, el trabajo físico, la frustración de la derrota, la felicidad de ganar por un batazo oportuno, el apoyo de la familia… En cada juego ratificaba que lo que más deseaba en la vida era ser un profesional de la pelota.
    
Andrés nos contó esta historia en su casa de West Palm Beach,  unos días después de ponerse la segunda dosis de la quimioterapia a la que tuvo que someterse cuando le diagnosticaron el linfoma que lo alejó de los estadios en 1999.
    
El mismo nos abrió la puerta cuando llegamos a su casa, que si bien está en un conjunto donde todas las casas tienen arquitectura y colores similares, la suya es fácil de distinguir, porque tiene en el porche una guacamaya de madera que cuelga sobre el timbre. Estaba completamente pelón. Inmediatamente nos dijo, con su sonrisa imperturbable, que se había “raspado” porque en verdad parecía un gato soltando el pelo.
    
No lo hemos conversado jamás, pero aquel recibimiento nos hizo sentir relajados a César Miguel y a mí para hacerle la entrevista inicial, porque se hace inevitable saber de alguien con cáncer e imaginárselo decaído. Pero Andrés seguía con su ánimo irreductible.
    
Entusiasmado nos hablaba de los días en los Criollitos, sin embargo un recuerdo hizo que su expresión cambiara por unos momentos…
    
“Supe que estaban conformando el equipo de la selección de beisbol de Venezuela. El try out era en el Universitario y el mánager Remigio Hermoso. Fui y di muchos y buenos batazos, pero aquello era una rosquita a la que yo no pertenecía, así que me dejaron fuera”.
    
Lloré muchísimo, me sentí realmente mal”.
    
Cuando filmanos esta historia para el documental, tuvimos que parar la grabación porque se quebró de verdad, volvió a llorar. Una frustración se le mezcló con otra…
    
De esto conversamos después con Remigio, quien recuerda que tampoco Urbano Lugo ni Oswaldo Guillén fueron escogidos, pero dejó muy claro que no se trataba de nada personal, sencillamente no gustó.
    
Sin embargo, podría decir que sólo hablando de Tom Runels, un mánager de los Expos, y Remigio Hermoso, Andrés arruga la cara.

 Como “no hay mal que por bien no venga”, dice sabiamente el aforismo, Andrés se fue con los “Ray Ran” a Puerto Rico, a disputar una copa de beisbol juvenil en homenaje a Alfonso Carrasquel.
    
Chico estaba presente en la Isla del Encanto y allá pudo presenciar el poder de Andrés, cosa que ratificó el destino de nuestro Gato.

En uno de los juegos, Andrés sacó una bola del parque llevándola más allá de donde era pensable podía hacerlo un “juvenil”. Chico se impresionó tanto, que se intersó por conversar con el muchacho.
    
Aprovechó para confesarle que quería ser pelotero profesional y Alfonso estuvo de acuerdo con que tenía condiciones y actitud para llegar lejos.
    
En Caracas, Alfonso le pidió a Felipe Rojas Alou, mánager de los Leones, que probara al muchacho.
    
Cuando Chico recordó esta historia para la película, el mismo nos dió la frase con la que titularíamos el documental, porque el cuento sigue con que, luego de probarlo la primera vez, en la que sacó varias pelotas, por cierto, Felipe le dijo que el muchacho estaba muy gordo, a lo que Carrasquel respondió: “!Sí, es un gordito, pero aquí, aquí (dijo golpeando con su índice derecho la sien),  lo que tiene es puro beisbol”.
    
Con semejante “palanca”, el Gato llegó a un acuerdo con Alou que era un gran desafío, debía perder más o menos 12 kilos, en dos semanas.
    
Recuerda que casi no comía. Ensaladitas y pollo a la plancha, nada que ver con los deliciosos platos de la gastronomía criolla que sabe preparar Juana como las mejores. Ya la quisiera don Armando Scannone en su cocina.

Esas dos semanas fueron de mucho sacrificio, ni un dulcito, ni una empanadita, ni un vaso de chicha. Quería ser pelotero y punto, así que se deshizo de los kilos demás y volvió.
    
Entonces lo firmaron para los Expos de Montreal, organizción de Grandes Ligas para la que trabajaba Felipe Rojas Alou, y para los Leones del Caracas.
    
Una anécdota muy graciosa que está vinculada a sus inicios, cuenta que estando en los juegos de pretemporada, en Guarenas, aún no había sido firmado, pero era necesario protegerlo. El “Loco” Torres, coach de los Melenudos, decidió cambiarle el apellido por el de “Soler”. Escogió el nombre porque era fanático de las películas mejicanas y admiraba a los hermanos Soler.
    
La primera vez que salió retratado en el periódico fue por aquellos días. Aparecía anotando una carrera y claramente se ve que es él, sin embargo, el gran titular decía: “Novato Andrés Soler impresiona en las prácticas”.
    
En primera base del Caracas estaba Gonzalo Márquez, sin duda uno de los  más notables que hayan jugado en equipo alguno, así que Andrés tuvo que esperar.
    
Según Oscar Prieto, co-dueño y gerente general del equipo, era predecible que no se quedaría como tantos otros, porque además de poderoso, era ordenado, disciplinado, metido en el juego, siempre en la baranda pendiente del pitcher, esperando su turno…
    
Al terminar su primera temporada de novato se fue al norte, a Palm Beach,  hogar primaveral de los Expos.
    
Allí no la pasó bien. Nos confesó que muchas veces pensó en devolverse, pero su deseo de jugar pelota y de ser un grandeliga eran más fuertes que la incomodidad de no entender el idioma, de estar lejos de casa, un muchacho además tan familiero como él. A pesar de lo difícil de esos años, no desmayó.
    
No pasó mucho tiempo para que Andrés se casara con Eneida, vecina toda la vida de Chepellín, una muchacha divertida y “de su casa”. La vida en pareja, estando afuera, le alivió la nostalgia por la distancia, así que le empezó a ir mejor.

Si bien sentía que se le hacía tarde para cristalizar su meta de ser un bigleaguer, en nuestra pelota se iba convirtiendo en un ídolo, con cada batazo bueno se ganaba más y más el cariño de los caraquistas.
    
Recordando los momentos difíciles, le vino a la memoria un juego con el Caracas, siendo Chico el mánager, en el que tres veces se había ponchado feísimo. Estaba cubriendo el jardín izquierdo y lo único que deseaba era que no bataeran hacia allá. Estaba desconcentrado y no quería seguir, ni en aquel juego ni en nungún otro.  Fue esa la única vez que pensó en cambiar de ramo.
    
Entre lágrimas, le pidió a Carrasquel que lo sacara del juego. Chico no sólo no le hizo caso, sino que lo reprendió: “El beisbol no es sólo jonrones y hits, si fuera tan fácil todo el mundo jugaría”. Le ordenó que cogiera su guante y siguiera jugando. Un turno más tarde dió un buen batazo y todo lo malo que había ocurrido se desvaneció, pero la lección quedó bien aprendida.
    
Andrés fue ascendiendo lentamente en los equipos menores de los Expos. Un día, estando en triple A, se sentó frente a Felipe Rojas Alou y le manifestó su frustración, porque estaba bateando muchísimo, mejoraba cada día su defensa y no obstante ese esfuerzo, veía como otros eran subidos a las Mayores mienras él seguía esperando.
    
La respuesta de Felipe fue sabia: “Cuando subas, no volverás a bajar”.
    
A mitad de la temporada de 1986, Alou lo llamó a su oficina y le dijo que hiciera la maleta.
    
Hacer la maleta significaba que en las próximas horas iría al equipo grande.  La felicidad era inmensa, como su voluntad.
    
Llamó a Eneida, que estaba con seis meses de embarazo, y le comunicó la gran noticia, pero ella al otro lado de la línea, si bien estaba contenta por el éxito de su esposo, lamentaba que no estaría en los dias finales, porque debía venirse a Caracas a dar a luz a la primogénita, Andria. Ella fue quien hizo la maleta y la envió a donde Andrés debía  unirse a los Expos.
    
La historia desde entonces es por todos conocida, se lució bateando y fildeando, de hecho ganó dos Guantes de Oro y recibió su primera invitación al Juego de las Estrellas. Finalmente había conseguido lo que quería, establecerse en las Grandes Ligas.
    
Pero llegó el año 1992 y fue cambiado a los Cardenales de San Luis, equipo dirigido por Joe Torre. Con los pájaros rojos sufrió su peor  campaña, había perdido la mecánica, como si se le hubiera olvidado cómo batear. No fueron pocos quienes pronosticaron que su carrera había llegado al final.
    
Pero Andrés, esa es su historia, siempre consigue cómo vencer la adversidad.
    
El coach de bateo de San Luis, Don Baylor, se puso a trabajar con él, como si hubiera que enseñarlo a batear de nuevo. Cambió su manera de pararse en el plato. Ahora miraba de frente al pitcher, tenía una mejor visual de la bola desde que la soltaba el lanzador y podía preparase para conectarla con todo su poder.
    
Vale la pena decir, porque así es y hay quienes creen en la “causalidad”, que en una barrida en segunda base, donde estaba Remigio Hermoso, Don Baylor se “barrió” y  se dió un violento choque que le produjo al venezolano una lesión que lo dejó fuera del beisbol.
    
Baylor había sido llamado por una franquicia de expansión, los Rockies de Colorado.
    
Aquellos Rockies impresionaron desde los primeros días. Su alineación, en la que estaban Larry Walker, Dante Bichete, Vinicio Castillas y Galarraga, es uno de los line ups más temibles de la época. Además jugaban en el Coors Field, un parque en el que la bola corre “fácilmente”.
    
En el nuevo equipo, el nuevo dió batazos de todos los calibres, había recuperado la fuerza para dar jonrones y había mejorado notablemente el contacto.
   
Iba destrozando la liga, como dicen los beisboleros, hasta la tarde en la que, persiguiendo un fly, chocó con el segunda base y se lesionó la rodilla derecha.
    
Todo parecía haber terminado en equella temporada. Pero Baylor, conociendo la fuerza de voluntad de su pupilo, pactó con él para un día “X”. Ese día debía comenzar a practicar para poder incorporarse con el suficiente tiempo para pelear el liderato de bateadores de la Liga Nacional.

El día pautado apareció el Gato dispuesto a trabajar y en la fecha calculada fue reactivado. La pelea no estaba fácil, su rival en la lucha por el título de bateo era nada menos que Tony Gwyn, uno de lo mejores bateadores de su época.
   
 Muchos de los imparables de Andrés se fueron del parque. Él bromea e insiste en que daba jonrones para no tener que correr duro. Podría decirse que en una sola pierna, Andrés Galarraga fue el Campeón Bate. En Venezuela delirábamos…
    
Los años de Colorado fueron inolvidables, él y el resto de los “Bombarderos de la calle Blake”, como también eran llamados el Gran Gato y compañía, fueron el equipo nuevo que más rápido llegó a una postemporada, fueron los primeros en tener cuatro bateadores con más de 30 jonrones y 100 carreras empujadas. !Un carro de leña! Uno detrás del otro, hábiles, fuertes, intimidantes…Tenían “química”, como se dice ahora, que no es otra cosa que una conexión que da la diversión, el poder ganar, hacerlo juntos, jugar y ser felices como cuado eran niños. Tenían mucho más que poder aquellos bombarderos.
    
Fue además de líder bate, líder en empujadas y en jonrones, aunque no el mismo año, pero ganó todos esos lauros, un bate de plata y apareció en la lista de los Más Valiosos.
    
Un sábado en la tarde los Rockies jugaban en el Pro Player Stadium, y el estelarísimo Kevin Brown se metió en líos dejando embasar a los dos primeros bateadores, con Larry Walker al bate; la decisión fue darle el boleto intencional para enfrentar a Galarraga. Al primer envío le devolvió la bola al último piso del parque. Fue el jonrón más largo en años y el más largo de Miami, creo que hasta ahora.

En principio se dijo que la bola había recorrido 570 pies, pero al rato, dice Andrés que cuando se dieron cuenta de que dejaría atrás a Mickey Mantle, rectificaron la medida y dejaron el batazo en 529 pies.
    
Unos innings más tarde, Dennis Cook entró a relevar y al enfrentar al Gato le pegó la bola, por primera vez en cientos de pelotazos; El toletero se fue al montículo con la intención de desquitarse a golpes; afortunadamente para Cook, no le atinó ninguno, porque lo habría lastimado. Lo expulsaron y lo multaron, pero si algo quedó claro, si algún día ven la repetición, es que no habría sido nadie de haberle gustado el boxeo.
    
Cuando llegó el momento de renegociar, los Rockies salieron de Galarraga. A uno le da rabia que eso pase, que un equipo salga de un jugador “franquicia”, querido, que mete gente en el estadio, que la ciudad lo adora, etc, pero así es y es parte de como es todo.
    
El cambio, sin embargo, fue muy positivo para Andrés, porque su producción se mantuvo y así demostró que podía seguir siendo un excelente bateador fuera de Denver.

En su primer año con Atlanta despachó 44 jonrones, bateó para .305 y empujó 121 carreras.
    
El 17 de febrero de 1999, cuando abrieron los campos de enrenamiento de primavera, fiebrúo como siempre, se reportó con su entrenador personal, quien al verle le dijo que nunca lo había visto en tan buena forma. Haciendo swings de práctica, sintió un fuerte dolor en su espalda, que le impidió seguir con el trabajo.

Lo examinaron los médicos del equipo y decidieron que se chequeara en Chicago. Allí recibió la mala noticia que pronto impactaría en el mundo del beisbol. Tenía un linfoma en la quinta vertebra lumbar y había que someterlo a tratamiento de inmediato.

El cáncer era esta vez el violento pitcheo.
    
A estas alturas del cuento surgió una pregunta que, después de su respuesta, resultó ser importante, sobre todo a manera de consejo para mi vida en particular.
   
 “¿Tu no te has puesto bravo con Dios? ¿No has mirado al Cielo y le has reclamado que esto te haya pasado a ti?”
    
Entonces vino su respuesta que nunca olvidaremos quienes estabámos allí: “No, jamás me he puesto bravo con Dios, nadie se puede poner bravo con Dios, sino ¿quién te queda, quién te ayuda a enfrentar lo que sea que haya que enfrentar? !No, no me he puesto bravo con Él, confío en Él, sé que me voy a curar y que soy yo quien tiene cancer, porque soy un ejemplo y seré ejemplo de que el cáncer se cura!”.

Sereno, como el acostumbra decir las cosas, como si no fueran aleccionadoras sus vivencias y sus opiniones, nos dijo eso con una  fe tal, que estoy segura de que ese momento fue uno en los que a César le provocó abrazarlo y también aplaudirlo…
    
Años más tarde, cuando mi hija Lucía estaba peleando en su incubadora contra la bacteria que finalmente causó su ida al lado de Dios, recordaba esas palabras de Andrés y rogaba porque, si pasaba lo peor, pudiera aceptarlo sin perder la fe. Le pedía que no me dejara arrecharme con Él, que no me dejara sola…
    
A los tres meses, estoy segura de que por no haberme puesto brava con Él salí embarazada de Santiago, mi hijo menor,  un gran premio de la vida.
    
Es otra historia mágica la que cuenta cómo Andrés se curó del cáncer.

Unos días después de que el país y el mundo entero supieron la mala noticia, una joven abogada, Marilyn de Perera, soñó que la Virgen de la Rosa Mística le había dicho que contactara a Andrés Galarraga y le dijera que rezara el rosario en familia.
    
Esta muchacha, que jamás se había interesado por el beisbol, pero que sabía que el pelotero era una super figura, muy querida hasta por lo que no son fanáticos, da inicio al milagro ubicando el teléfono de Luis Alfonso Galarraga, quien era un hombre más bien esquivo con el celular.
    
La chica consigue el teléfono, lo llama y él le atiende, la escucha con atención y se comunica con Eneida, quien la llama para enterarse en detalles del sueño y de cómo rezarle a la Rosa Mística.
   
 Marilyn había encargado una imagen de la Vírgen a Italia y se la había enviado con Luis Alfonso. Cuando la imagen llegó,  Eneida habló con ella sobre el particular rosario y supo que había que ofrendarle unas rosas blancas.
    
En todo West Palm Beach no halló ni una sola rosa blanca, sólo anaranjadas, pero igual las llevó, después de todo, lo más importante era rezar toda la familia junta.
    
Era un poco antes de la media noche cuando Eneida llamó otra vez a  Marilyn para contarle que mientras rezaban el Rosario, las rosas naranjas se habían vuelto blancas…
    
La fe de Andrés debe venirle de parte de Juana. Ella es muy católica, creyente del Niño Jesús de Capaya, de la Vírgen de Betania, a quien le encomendó la rodilla de Andrés en 1993 cuando fue lider bateador, y de José Gregorio Hernández. Ahora también es una de las principales promotoras de Rosario de la Rosa Mística.
    
Confiada en esa alineación, Juana recibió la terrible noticia con optimismo. Después del susto inicial, su única convicción era que su jonronero no iba a dejarse ganar. Lo puso en las manos de Dios y su equipo,  confiando en que no podía estar en mejores manos.
    
Unas semanas después de esos primeros días de la enfermedad de Andrés, ocurrió nuestra visita, para entrevistarlo para nuestra película.

Alejandro Wiedeman, cineasta venezolano, director de fotografía, escéptico y ácido,  me confesó después que varias veces se le puso la piel de gallina. Es importante recordar que la película se rodó estando Andrés en plena lucha.
    
Podría decirse que eran los primeros innings del cáncer y que por difícil que se pintara el juego, no entregarse, igual que en el beisbol, fue determinante en la vida de Andrés.
    
Esta vez no estaba Chico ordenándole que tomara el guante y saliera a jugar, ya eso estaba muy aprendido.

Él era el mismo de aquel juego que se decidió con un batazo suyo, el que aprendió a batear de nuevo, el que ganó un título de bateo con todo y la rodilla rota. El Gran Gato que no se rinde.
    
Inolvidable un titular de Meridiano, indudablemente hecho por José Visconti, periodista deportivo, locutor, animador de eventos religiosos, caraquista y ex seminarista, que decía en sus grandes letras amarillas sobre fondo rojo: “TRANQUILOS. TIENE 7 VIDAS”.  
    
Para terminar nuestra entrevista, César Miguel resolvió ubicar a Andrés en el jardín de su casa, rodeado de centenares de cartas, tarjetas, fotografías, letreros tipo afiche y una enorme tela que pusieron los Bravos de Atlanta en la entrada del parque de Disney, donde entrenan en primavera, para que los fanáticos le escriberan un mensaje, al lado de un dibujo del Gato Sonrisa, el personaje de Alicia en el País de la Maravillas.
    
Andrés fue un pelotero amable con la prensa, siempre pendiente de atender a los fanáticos, no creo que sea temerario decir que jamás negó un autógrafo a nadie, ni un consejo a un novato. Quererlo es inevitable.
     
Muchas de esas cartas Andrés no había tenido tiempo de leerlas, así que fue allí donde se encontró con toda esa correspondencia amorosa que le había llegado desde todas partes de Estados Unidos y Canadá, de Venezuela, de Puerto Rico, Nicaragua, República Dominicana y otros sitios lejanos, donde había venezolanos que enterados de la noticia, quisieron manifestarle apoyo.
    
Para los efectos de la edición, Andrés respondía a nuestras preguntas, mirando directamente a la cámara.
    
Estaba muy conmovido con lo que tenía alrededor, así que César Miguel, sorprendiendo a todos, sin prepararle para la pregunta, le gritó: “!Andrés! ¿tú te vas a morir?”

Sin dudar, sin quebrarse, convencido, confiado y vigorosamente, el Gato dijo que no, que él no iba a morirse por ese cáncer: “ Yo soy una persona a la que no le gusta perder”, su voz se tambaleó únicamente cuando habló de lo que para él significaba todo ese amor que lo rodeaba. “Este es mi salón de la fama”, dijo con palabras que salieron de su alma.
    
Su respuesta fue el último parlamento de la película antes de terminar con la imagen de Andrés acompañado de Eneida y sus tres hijas, Andria, Katherin y Andrea, caminando con ellas en un jardín enorme, con el mundo por delante.
    
Así terminó el documental, pero todos sabemos que la historia es todavía más rica.
    
Andrés derrotó el cáncer y regresó a la prinera base de los Bravos. En los primeros días de los entrenamientos de primavera, cuando los lanzadores enfrentan a los jugadores del propio equipo, antes de que se dé inicio a la pretemporada o juegos de exhibición, el gran Gato enfrentó a Gregg Maddux y se la conectó tan bien, que el estelar lanzador le dijo, según reseñaron los diarios de Atlanta, que él (Andrés) como que no había tenido nada.
    
Ese año 2000, la ciudad de Atlanta fue la anfitriona del Juego de las Estrellas y Andrés, aunque no fue elegido como abridor por los fanáticos, igual tuvo el privilegio de estar en el line up inicial porque Mark Mcgwire no participó por una lesión en su rodilla derecha. Bobby Cox se decidió por Andrés sobre Todd Helton, quien sustituyó al Gato en la primera base de los Rockies de Colorado.
    
Al momento de su anuncio, justo después de Chiper Jones, el gran consentido de los Bravos, el Turner Fild le brindó una ovación estruendosa. Andrés saludaba con su gorra mientras la gente no dejaba de aplaudir y gritar. Ninguna estrella recibió esa noche más cariño que él.
     
En el palco de prensa, el periodista Carlos Figueroa y quien escribe habíamos decidido abrir el ventanal para escuchar ese momento. La ovación bajó cuando el locutor interno anunció la siguiente estrella.
    
Andrés siguó siendo un buen bateador, sacó 28 jonones, dejó promedio de .302 y remolcó 100 carreras, números que le valieron el título de Regreso de Año.
    
A pesar de su actuación destacada y útil para la causa de los Bravos, la gerencia no lo contrató para El 2001, así que el Gato se fue a Texas, donde no le fue bien, más tarde vistió nuevamente el uniforme de los Expos y también el de San Francisco, por último fue cambiado a los Angelinos, equipo con el que vio su último turno oficial. 

Luego quiso regresar con los Mets de Nueva York, pero decidió no seguir cuando se dio cuenta de que no podría rendir en los niveles de excelencia a los que se acostumbró.
   
Fueron 19 temporadas jugando en las Mayores, quedó en 399 jonrones, un número importante, pero frío, que no traduce su entrega ni su fuerza.
    
Sin duda, de no haberse enfermado, habría pasado muy largo la barrera de los 400 vuelacercas.
     
Pero como él mismo dijo, el cariño que se ganó de la gente es su mejor logro.
    
Andrés es así de grande para que le quepa ese corazón enorme que tiene.