lunes, 22 de abril de 2013

Don Luis Aparicio es Venezuela


Corría la primavera de 1967. Los Orioles de Baltimore venían de titularse campeones de la Serie Mundial. Una pareja de venezolanos entra a una tienda de deportes en Nueva York. Al momento de pagar, el cajero inicia una conversación preguntándoles de dónde venían; el señor le responde: "De Venezuela".  Al ver la cara de desorientado del dependiente, continuó: "Petróleo", pero el hombre siguió sin ubicarse; entonces le dijo: "Somos del país de Luis Aparicio". De inmediato el vendedor le respondió: "Él es americano, nació en Estados Unidos". La discusión continuó por un rato, hasta que el cliente tuvo la razón, nuestro compatriota no quiso dejar el tema hasta que el cajero reconociera que Aparicio era venezolano. Sin embargo, el hombre, para no perder, le dijo: "Pero él se nacionalizó ciudadano estadounidense", cosa que sabemos jamás ocurrió.

La anécdota, contada por mi papá, sirve para ilustrar lo que significa el nombre de Luis Aparicio. 

En aquellos ya lejanos años 60, una buena forma de ubicar a Venezuela en el mapa era decir el nombre del estelar campocorto. 

Debutó en las Grandes Ligas el 17 de abril de 1956, con los Medias Blancas de Chicago. Era el sexto venezolano en diecisiete años que llegaba a las mayores. Vale el dato para explicar que en aquellos años era muy difícil, aun más que hoy, llegar a eso que llaman "el mejor beisbol del mundo". 

No había treinta equipos como ahora, sino dieciséis; de hecho no es sino hasta 1961 cuando los dueños de equipos deciden expandir cada liga de  ocho a diez clubes. Había que ser una verdadera estrella para estar en las Grandes Ligas.     

Aparicio llegó con su beisbol a las mayores, donde lo único que importa es jugar buena pelota. Luis Ernesto Aparicio Montiel, hijo de Luis Aparicio "el Grande" de Maracaibo, no podía contar con el abolengo que le era reconocido por estas tierras, sino con su guante, su inteligencia y su talento.

Llegó a los Medias Blancas de Chicago para sustituir a otro venezolano, Alfonso Carrasquel, quien, ante su llegada, había sido enviado a los Indios de Cleveland.
En su año de debut se alzó con el premio al Novato del Año, fue el líder robador, con veintiuna estafas, e inició uno de los récords irrompibles del beisbol mayor: desde 1956 y hasta 1964 hilvanó nueve títulos como campeón estafador. De hecho, en la placa que lo describe en el Salón de la Fama de Cooperstown se destaca, además de su magnífico fildeo, su rescate al robo de bases como jugada ofensiva para el beisbol.

Dicen que los números son fríos, pero en dieciocho temporadas consiguió nueve Guantes de Oro, que hablan de su excelencia en la defensa de la pradera corta; trece invitaciones al Juego de las Estrellas explican por qué pertenece a la élite de los superiores; 2.583 juegos en el campocorto resaltan su constancia y disciplina; 2.677 imparables describen al hombre perfeccionista y 506 bases robadas revelan al pelotero veloz, pero sobre todo inteligente.

Su estelar trayectoria en Chicago, Baltimore y Boston lo llevó en 1984 al Salón de la Fama del Beisbol, donde sólo habitan los inmortales.  

Volviendo a aquella tienda de Nueva York, luego de este vistazo a la vida de don Luis, es explicable que aquel vendedor haya inventado que era gringo; después de todo, ¿quién no quiere ser compatriota de un tipo así? Pero no, decir Luis Aparicio es decir Venezuela.

sábado, 20 de abril de 2013

Papá Y Jackie



Papá jugaba beisbol desde que su memoria podía recordarlo. Desde cuando los niños eran reprendidos por jugar pelota en cualquier calle. Sin embargo, supo compaginar sus estudios, el juego y las horas que dedicaba a ayudar a mi abuelo en la venta de periódicos,  así que el beisbol no fue un problema. Vivían en Propatria, eran 13 hermanos y los mayores tenían que trabajar para contribuir en la casa.
     
Entró en la Escuela de Medicina y de inmediato en el equipo de beisbol de la Universidad Central de Venezuela, beisbol amateur, claro, pero de muy buen nivel.
   
Era buen pelotero y buen estudiante, por eso resultó premiado con una invitación que en 1949 hicieron la Asociación Venezolana  de Beisbol Amateur y la Embajada Americana a Nené Padrón, a él y a Pedro Montes. Al viaje se unió  Nicolás “Zamurito”  Berbesía, jugador profesional del OCP de La Guaira, el cual pagó sus gastos, también en recompensa por su buen trabajo.
    
La prensa de entonces los bautizó como “Los Tres Mosqueteros” y les hizo un seguimiento cariñoso y extenso de aquel viaje en el que el trío conoció el Yankee Stadium, el Ebbets Field y el Polo Ground, los parques de los Yankees, los Dodgers, que aún eran de Brooklin, y los Gigantes, entonces también de Nueva York.
    
Mi abuela Manuela, a pesar de tener que atender una familia de tantas personas, tuvo tiempo para recortar todo cuanto salió publicado del viaje de los “Mosqueteros”, afortunadamente, porque lo organizó en un álbum de hojas que alguna vez fueron blancas y en las que pegó todas la crónicas y fotos que se hicieron sobre el trío de peloteros en Nueva York.
    
En las imágenes están los tres en un restaurante de la ciudad, en el observatorio del Rockefeler Center, saliendo del Metro, subiendo por las escalerilla del avión, conversando con Leo Durocher, mánager de los Dodgers, y en otra, papá conversando con Jackie Robinson, la superestrella negra del beisbol, que un par de años atrás había revolucionado a las grandes ligas al convertirse en el primer jugador de raza negra en llegar a la Gran Carpa.
    
El álbum artesanal de mi abuela, que consistía en unas hojas engrapadas y protegidas por cartulinas azules que eran las portadas, llegó a mí en forma casual, una tarde de esas en las que a mamá le daba por organizar gavetas y apareció entre fotos y periódicos viejos.

Con emoción y nostalgia me habló de aquel encuentro inolvidable, su primer viaje fuera de Venezuela y encima para ver beisbol.
    
La invitación fue espléndida, los llevaron a los sitios de moda y pudieron estar en los terrenos de los tres estadios de la ciudad. 
     
Cuatro décadas después del inolvidable viaje, el programa de RCTV “Atrévete a soñar” volvió a reunirlos y los llevó otra vez a la Gran Manzana, a ver beisbol. Esa vez fui yo con ellos y pudimos presenciar el debut de Orlando “El Duque” Hernández contra Tampa Bay, pero al primer juego que fueron los Mosqueteros en aquella primera invitación fue nada menos que un Yankees-Boston y antes del partido compartieron con Casey Stengel, Joe Di Maggio, Ted Williams, Phil Rizzuto…   
     
Recordando 1949, me explicó por primera vez lo que significó Jackie Robinson para el beisbol y para la lucha por los derechos civiles de los negros. Era un hombre afable, sobrio y sencillo, además de un talentoso jugador. Así lo recuerda mi papá, pero también la historia, El paso del tiempo ha servido para ratificar que sólo Jackie podía abrir la puerta del “Big Show” a los peloteros negros.
    
Además de ser un atleta destacado en las Ligas Negras, Robinson tenía la formación y el carácter para soportar todo cuanto hubo que soportar en aquellos días de segregación racial.

Tenía perfectamente claro lo que significaba su comportamiento. Jackie a diferencia, tal vez, de Satchel Paige o Josh Gibson, no sólo quería jugar pelota, era un decidido luchador por los derechos civiles de su raza; de hecho, cada vez que fue objeto de un homenaje, no dejaba de señalar que deseaba ver un mánager negro en las Mayores. A los tres años de su muerte Frank Robinson se convirtió en el primer mánager “de color” en las Grandes Ligas, con los Indios de Cleveland.
    
Había servido a su país en la Segunda Guerra Mundial y era egresado de la UCLA, lo que además le daba un estatus diferente.
    
Otro no hubiese aceptado la intolerancia, los insultos, las humillaciones y la tara del racismo. Cuando Branch Rickie, co-propietario, presidente y gerente general de los Dodgers, decidió que sería Robinson y no otro, no Gibson o Page, el primer negro en las Grandes Ligas, no se equivocó.
    
Muchas veces tuvo que contenerse para no defenderse de los ataques. Tenía sólida conciencia de que ponerse bravo era perder. Si Robinson hubiera respondido una sola ofensa en su año de debut o al siguiente, habría pasado mucho más tiempo antes de que otro negro hubiese podido llegar tan lejos. Una pelea habría cerrado la puerta que era necesario abrir.
    
Más allá de sus números de novato, Robinson se convirtió en un personaje fundamental de la historia de Estados Unidos en el siglo XX.
           
Dos deportistas negros, primero el veloz Jesse Owens –el cuatro veces medallista olímpico que hizo marcharse a Adolfo Hitler del estadio de Berlín–, luego de cruzar la meta de primero, volviendo añicos la teoría de la superioridad de la raza aria, y Jackie Robinson, se convirtieron en emblemas de la lucha por derrumbar las barreras raciales.
    
Poco se dice de Matthew, hermano mayor de Jackie, quien fue medallista de plata en Berlín en los 200 metros planos, detrás de Owens, pero como “del segundo nadie se acuerda”, la historia quedó reservada para el menor. 
    
Esta dimensión de Robinson la entendí después, para mí era simplemente un pelotero negro, enorme y de expresión amable,  que aparecía en una foto en la que el tipo más importante, era mi papá.

Jackie Robinson, tenía que ser él.



Branch Rickey tenía más de un año recibiendo informes sobre los peloteros estelares de las Ligas Negras, sus scouts los seguían e investigaban de sus vidas y le detallaban sus hallazgos al presidente y co-propietario de los Dodgers de Brooklyn.

Buscaban a un jugador estelar, cosa  difícil tomando en cuenta que en las “Negro League” había peloteros de talento indiscutible.

Pero se trataba además de encontrar un hombre que pudiera jugar a la altura de las Grandes Ligas y soportar los desplantes de la segregación racial, eso complicaba las cosas.

Repetimos la anécdota de la primera cita que Rickey tuvo con Robinson. Después de explicarle todas las humillaciones por las que inevitablemente pasaría, el noble jugador le dijo: “Entonces necesita alguien fuerte para pelear” a lo que Rickey respondió: “No, necesito alguien todavía más fuerte que no pelee”.

Robinson había protagonizado un incidente mientras servía en el ejército durante la II Guerra Mundial,  que le llevó a una corte marcial. Se negó a viajar en la parte de atrás de un autobús, como le ordenaba un superior y ganó el juicio. Terminó su desempeño como oficial con honores.

También era graduado universitario, de UCLA,  un destacado atleta de pista y campo y jugador de fútbol americano. Nunca hay que dejar de lado el hecho de que su hermano mayor, Mathew, fue quien llegó segundo en los 200 metros planos, detrás de Jesse Owens, en las Olimpíadas de Berlín en 1936, hito de altísima importancia en la historia del siglo pasado, cuando un corredor negro dejó en ridículo a Adolfo Hitler y su teoría de la superioridad de la raza aria.

Casi nadie recuerda a Mathew, la historia estaba reservada para su hermano menor.

Jackie era un bateador hábil, un corredor veloz y bueno con el guante, pero la principal virtud que hizo que Branch Rickey se decidiera por él, fue su inteligencia y sensibilidad para entender el momento.

Rickey sabía, advertido por el alcalde Fiorello La Guardia, que se estaba preparando una ley para obligar a los equipos de las Grandes Ligas a incluir jugadores negros en sus nóminas. Si embargo él llevaba meses estudiando quien podría ser ese jugador y ya ubicado Robinson anunció su firma con Montreal Royals, equipo de Liga Menor de los Brooklyn Dodgers, en octubre de 1945.

En 1946 hizo el entrenamiento de primavera con los Royals y estuvo con ellos desde el primer juego. Fue una temporada muy difícil, casi inhumano cumplir la promesa no pelear. Sin embargo bateó  .349  con 985 de porcentaje de fildeo, fue un año estupendo previo a su debut el 15 de abril de año siguiente.

Si Branch Rickey no se toma su tiempo para seleccionar al “hombre perfecto”, es posible especular que la integración habría ocurrido más tarde y seguramente no habría sido Robinson el primero en llegar.

Después de él, vinieron  Roy Campanella y Larry Doby  (el primero en la Liga Americana) y fueron súper destacados, también Monte Irvin y  el cubano Orestes Miñoso, amigo de nuestro querido Alfonso Carrasquel, quienes tuvieron un buen desempeño, pero ninguno de fue mejor que  Robinson.

Don Newcombe y Sam Jethroe tuvieron comienzos brillantes pero decayeron. Harry Thompson fracasó y Satchel Paige, estrellas de las Ligas Negras, a esas alturas llamaba más la atención más por lo viejo que era o reconocía ser.

Como sabemos Josh Gibson falleció víctima de un tumor cerebral antes del debut de Robinson. A Rickey le atraía mucho Gibson, pero en sus investigaciones supo primero que muchos que el “Babe Ruth negro” estaba enfermo.

Destacó tanto en su primer año, más allá de todo lo que tuvo que soportar, que el premio al Novato del Año se llama “Jackie Robinson”.

Era, por recurrir a un lugar común, “el muchacho de la película” y con el paso de los años, después de su retiro, la importancia de su gesta cobró aún más fuerza. Mientras más pasa el tiempo mejor dimensión le da la historia a la huella que dejó con sus spikes en el terreno de los derechos humanos.

Cuando Barak Obama ganó la nominación para ser el candidato de los demócratas, en el programa de Larry King, el influyente humorista Bill Maher, hizo esta comparación: “No podía enojarse. Si él no era perfecto, se habría dicho que no, los negros no tienen cabida en el béisbol. Y lo mismo con Obama”. 

¿Puede decirse que quien inició el recorrido por la conquista de la participación de los negros en todos los ámbitos de la vida de los Estados Unidos fue Jackie desde el principal pasatiempo nacional? No creo que sea temerario o exagerado afirmarlo.

Por eso, en el aniversario número 50 de su debut en las Mayores su número fue retirado en todos los equipos, únicamente quienes lo llevaban en ese momento podían usarlo, hoy sólo Mariano Rivera goza del privilegio.

Jackie Robinson le regaló a Martin Luther King el libro de su autoría “El beisbol ha hecho” con la siguiente dedicatoria: “Para el Dr. Martin Luther King con la más profunda  admiración. Su dedicación y sinceridad ha sido una inspiración para millones de estadounidenses. Ha enriquecido la vida de la mayoría de nosotros y lo apreciamos muchísimo. Que Dios te siga guiando y te bendiga a ti  y tu devoción por los principios bajo los cuales se fundó este país. Espero que disfrutes de ‘El béisbol lo ha hecho’.
 Usted inspiró gran parte de ella. Atentamente Jackie Robinson ".

Por cierto el libro autografiado por Robinson se vendió en una subasta  en la prestigiosa casa Sothesby’s por 42.288 dólares.

De Jackie Robinson dijo su compañero Duke Snider: "Sabía que tenía que hacer así. Él sabía que el futuro de los negros en el béisbol dependía de ello. La presión era enorme, abrumadora e insoportable a veces. No sé cómo se levantó”, Snider fue de gran apoyo para Robinson cuando llegó a las Mayores.

Rachel, si viuda, asegura en el importante documental “Baseball” de Ken Burns, que jamás vio a Jackie quejarse o decir alguna vez que iba a renunciar, sabía lo importante que era y sentía que llevaba a toda su raza en los hombros.

El reverendo Martin Luther King, dijo una vez: “Robinson es un peregrino que caminaba en solitario por los caminos  hacia la ruta de la libertad”.

La frase más recordada de Jackie es: “Una vida no es importante, sino por el impacto que causa en otras vidas”.


jueves, 18 de abril de 2013

Mis Barajitas

MIS BARAJITAS (volví a tener manos de niña)
No podría decir que fue un sueño, porque la verdad es que nunca imaginé tenerlos enfrente. Los miraba y era inevitable devolverme a 1975.
Me daba curiosidad entender por qué papá disfrutaba tanto viendo un juego de beisbol en la televisión. A veces peleaba él solo. ¡Furioso! Con un mánager, un árbitro o un jugador que se había ponchado parado.
No entendía qué era “quedarse con la majagua al hombro”, pero era obvio que eso de no hacer swing era lamentable. Lo escuchaba murmurar “¡esa era!” o preguntarle a la caja de imágenes cuánto más iba a esperar para mandar a calentar un pitcher…
También aplaudía, se paraba a decretar un out (aunque yo no comprendía El gesto), estaba de acuerdo con El comentario de López Silvero o mandaba a callar a Mario Dubois porque quería escuchar El ambiente del estadio o explicarme (y yo sin entender) lo que era la “bicicleta” o un squeezy play(pasaron años hasta que entendi), para terminar diciendo “por eso la llaman jugada suicida”.
Todo lo que hacía papá frente al televisor era divertido, pasaba del máximo estado de felicidad hasta la peor amargura de un inning a otro, de un pitcheo al otro. Muchas veces, cuando ya parecía que sería una noche terrible, terminaba celebrando sólo en la sala y yo lo escuchaba de lejos decir “por eso el beisbol es el beisbol”.
Cada vez que se transmitía un juego no encontraba nada más divertido que sentarme con el a ver la pelota. Aquella atracción comenzaba a parecerme mejor que cualquier otro programa.
El beisbol era un tema exclusivo de nosotros dos. Era mi papá quien me compraba los álbumes de barajitas.
Aquellos álbumes podían ser de “cromos adhesivos” que había que cuidar especialmente, porque se dañaban con facilidad y las otras, las de cartón, importadas, con doble cara, en una la foto y en la otra los números.
Las barajitas más preciadas de la época fueron las de los Rojos de Cincinnati, equipo que acaparaba la atención de la mayoría de los niños, porque jugaba el venezolano David Concepción.
Cuando llegó la postemporada y Cincinnati fue a la Serie Mundial contra los Medias Rojas de Boston, aquel equipo, conocido como la “Gran Maquinaria Roja” era el favorito y aquellos hombres los grandes ídolos del beisbol.
Al menos en mi caso fue más adelante, mucho más adelante, cuando entendí que Sparky Anderson era genial, lo increíble de esa alineación y la maravilla de su defensiva.
Yo simplemente sabía de la satisfacción de papá viendo aquellos juegos. El se emocionaba explicándome por qué Concepción y Joe Morgan eran la mejor combinación alrededor de la segunda base de todas las grandes ligas, de la clase de catcher que era Johnny Bench, un “pelotero joseador” (y tuve que buscar el significado en el diccionario escolar “Sopena” y no lo encontré), que si venía Pete Rose era como decir ¡viene un hit!, que George Foster era un gran bate y Ken Griffey era inteligentísimo para jugar pelota…
Era imposible no interesarse en el beisbol viéndolos jugar a ellos, a la Big Red Machine.
Desde aquel octubre el beisbol se convirtió en algo demasiado importante para mí. Cierro los ojos y puedo recordar perfectamente la promoción que hacía Wiston Vallenilla, padre…“¡En vivo, directo, vía satelite, desde el Riverfront Stadium de Cincinnati!”
Pocas cosas era posible ver vía satelite, creo que sólo el Miss Universo, el boxeo y algún otro programa eran transmitidos con tanta pompa. La transmisión era en blanco y negro, pero era fácil imaginarse El verde del monstruo del Fenway y de la grama artificial del estadio vecino del río.
Un dirigible, así lo describía Gonzalo, hacía una toma senital del estadio, en la que se podían ver los tres puentes que están sobre el río, que siempre se vió ocuro al lado del iluminado parque de pelota.
Esa misma imagen fue la que vi por la ventanilla del avión, justo antes de aterrizar…
No lo sabía en ese momento, pero aquella postal imaginaria, esa imagen, que era la única que reconocía de una ciudad desconocida, pero tan familiar, era un anticipo a todo lo bueno que recordaría en ese corto viaje. ¿A quién que haya sido seguidor de los Rojos de esos días no le parece que Cincinnati es un nombre casi tan común como Barquisimeto o cualquier otra ciudad venezolana que uno no conocía pero que sabía sobre ella?. Incluso la ciudad era de uno y uno de la ciudad: “¡soy de Cincinnati!”, decíamos los niños de entonces.
La línea de defensa central más sólida y la alineación de los ocho tipos más temible de su tiempo.
Una vez se lo dije a David, la primera vez que pude compartir con el en un Spring Training, le confesé que mi amor por el beisbol había comenzado en 1975, cuando descubrí la alegría que podía producir un hit o un doble play que parecía imposible.
Ese día creo que David se aburrió de escuchar mis recuerdos y de cómo hasta estuve a punto de ser Tigrera por culpa suya, aunque al final la genética pudo más.
Tampoco me quedé con los Rojos y en el 79 me fui para siempre con Baltimore, pero ese es otro cuento que tiene que ver con El Magallanes, Dave Parker y Ken Tekulve, la Serie Mundial entre Piratas y Orioles y la recordada publicidad de Jim Palmer en calzoncillos.
Llegué a Cincinnati feliz porque iba a estar con mi ídolo y amigo. No esperaba más nada que eso, ver el “13” descubierto en la tribuna central y compartir la alegría de ese momento, que sin duda sería inolvidable.
Lo que nunca imaginé, ni siquiera en la mañana del sábado, era que iba tenerlos a pocos metros de distancia…
En un salón de conferencias de prensa, un grueso número de periodistas aguardaba por David. Lo único que al menos yo esperaba, era que Concepción contestara unas preguntas y ya.
Estábamos desde temprano, así que pude sentarme al lado de Humberto Acosta. No era posible una mejor compañía.
Hablamos de lo que significaba la ceremonia de más tarde y nos quedamos callados cuando irrumpieron en la sala y se fueron sentando en este orden: Sparky Anderson, George Foster (calvo), Joe Morgan, Johnny Bench, David Concepción, Tany Pérez, Ken Griffey y Lee May. Aunque eran notorias las ausencias de Pete Rose o César Gerónimo, pronto no hizo falta nada más en aquel salón, ni en la vida.
Morgan y Bench conminaron a los periodistas con derecho a voto para Cooperstown a apoyar a Concepción. “Fue el mejor short stopde su época” –dijo Morgan–. “Este tipo tiene que estar en en el Salón de la Fama” –dijo categórico Bench.
Durante el encuentro quedó claro que la “magia” que todos recordamos de verdad existió y seguía existiendo aquel medio día. Ellos estaban tan contentos por El homenaje al amigo.
Sparky Anderson miraba conmovido a David, se reía y hasta se sorpendía con las historias que estaba escuchando, era ver a un papá orgulloso de sus muchachos.
Viéndolos divertirse de sólo recordar un turno, un inning o las bromas del club house, era fácil entender, 30 y tantos años después, por qué fue un equipo perfecto.
A Sparky no hay otra forma de recordarlo que viejito, pero ver a Morgan sin el afro, a Bench encorvado y pasado de peso y a David con pelo corto y cano, era lo que me devolvía a este tiempo, porque se hizo inevitable tener otra vez 8 años, con todas “mis barajitas” enfrente.
Entonces Humberto me regaló un recuerdo suyo. “Mira las manos de Bench  –dijo en voz bajita–. A mí me impresionó mucho una foto de su época de novato, enseñando diez pelotas con las dos manos, las sostenía entre los dedos, cinco en cada una, ¡imagínate el tamaño y la fuerza de esas manos!”. Comprobé esa memoria de inmediato, Johnny Bench tiene las manos enormes.
Al terminar, Daniel, mi esposo, quien me acompañó como fotógrafo y cómplice (además ese fue nuestro regalo de aniversario), se acercó al legendario receptor. El duro de aquella maquinaria fue muy afable, incluso le mandó un consejo a mi hijo mayor, “El Chino”, al enterarse de que también es cátcher y que a pesar de sus 10 años sabe quién es él, porque nosotros siempre le hablamos de aquellos Rojos y de él especialmente: “¡Díganle que aprenda los secretos de los lanzadores, que los vea trabajar, que conozca sus pitcheos, donde ponen la bola, los secretos de los pitchers son lo más importante para un catcher!”.
No me aguanté y ante lo grato del momento, le pedí que dejara posar mis manos en las suyas.
Mis manos son grandes, aunque no soy una mujer alta, mis manos son de grandes palmas y dedos largos, sin embargo se veían pequeñas sobre sus manos inmensas y aporreadas, con los dedos deformados de tanto golpe, de tanto bloqueo y hombres que quedaron fuera.
Volví, por aquellos segundos, a tener manos de niña.
Regresamos al hotel, que está muy cerca del estadio. Es el Hilton del down town, un edificio decretado patrimonio arquitectónico de Ohio. De estilo modernista, escaleras amplias y alfombradas, sobrio, con frescos en el alto techo del lobby y el bar, y detalles que delatan el abolengo de la ciudad, siempre ha sido el sitio de los Rojos. Sigue siendo el hotel de los ploteros, los del equipo visitante también se alojan allí.
Enviamos fotos y texto para la reseña de “El Universal” y regresamos para compartir El almuerzo con Humberto Acosta, El buen amigo fotógrafo Henry Delgado, quien resultó de gran ayuda para Daniel en la ubicación en el terreno, y Boris Mizrahi, un cronista venezolano que escribe para la página en español de MLB y a quien conocemos desde hace tiempo.
Lo mejor fue el postre, un pedazo gigante de una deliciosa torta de chocolate típicamente gringa, de esas que vienen listas para mezclar y que son ricas, como si las hubiera hecho una abuelita. Bueno, no, lo mejor estaba por ocurrir…
Desde temprano nos ubicamos en el terreno, pero la lluvia nos corrió un par de veces. A pesar de los temores y un cielo que adelantó la noche de tan negras que estaban las nubes, la ceremonia comenzó con sólo unos minutos de retraso. Y la lluvia se fue a sabotear otro encuentro…
Entre el montículo y el plato dispusieron las sillas de los invitados especiales, hacia tercera los miembros de la Maquinaria y de la gerencia del equipo, y del otro lado la familia de David, su esposa Dilia, David Alejandro, David Eduardo y Daneska. Los varones fueron con sus novias.
Cuando comenzó el acto de retiro del número de David, el parque estaba prácticamente lleno en las tribunas, en los bleachers, en el segundo piso…, hacia donde uno mirara había banderas de Venezuela. Unos 200 venezolanos, idos de Maracay principalmente, de otras ciudades del país y de Estados Unidos, se ubicaron por todas partes con el tricolor y con letreros para demostrar el orgullo que sentían por aquel reconocimiento.
Los locales llevaron afiches con fotos de Concepción, cuando era flaquito y lucía ese afro tan de moda en los años 70.
En la pizarra proyectaban imágenes de sus hazañas, de sus lances, de un bounce al mascotín de Tany Pérez, de su agilidad para atrapar líneas durísimas, de su bate oportuno, de cuando fue el MVP del Juego de Estrellas de 1982…, un saludo de su sucesor en el equipo, Barry Larkin, y un testimonio de Omar Vizquel explicando una vez más que lleva el 13 en tributo a él, porque creció queriendo ser un short stop de las grandes ligas como él, como El Rey.
Para ese momento, como decimos aquí, ya David (y todos ahí) teníamos “aguao el guarapo”. Era muy emocionante, indescriptible.
Le tocó el turno de hablar, después de tantos sentimientos, recuerdos y alegrías, con todo atascado en su garganta, las palabras no le salían, intentaba esconder sus lágrimas dándole la espalda al home, pero la cámara lo enfocaba y su imagen era proyectada en la pantalla gigantesca del jardín central. Dilia se paró a su lado, fue la única forma, apoyado en ella, como pudo superar el momento.
Miré hacia el resto del equipo. Morgan estaba visiblemente alegre, Foster sonreía, fue el único que se cambió el traje por la camiseta de los Rojos, Sparky estaba felicísimo, Griffey aplaudía sin parar, como todo el estadio y Bench, un duro, aguantaba el puchero que el rojo de su nariz no quería disimular.
Habrá quien piense que pudo ser una alucinación, producto de tanta emoción, pero en medio de aquel momento, Johnny Bench me miró con picardía y sonrió apretando sus labios. Yo sentí que había sido una galantería, porque por más chiquita que pudiera sentirme viendo a mis barajitas, lo cierto era que Bench tenía enfrente a una mujer de 40 años que lo miraba seguramente extasiada, aun sin poder creer que el me estaba viendo a mi, que aquel gesto era conmigo. Le devolví la sonrisa, por supuesto.
Ahí estaban aquellos tipos, otra vez haciéndome la más feliz. Después de todo son ellos los culpables de mi vida. Son ellos quienes me enamoraron del beisbol…