Andrés Galarraga, Beisbol, puro beisbol.
Se han filmado muchas películas de beisbol, pero
definitivamente mis favoritas son las que cuentan el juego con amor o se basan
en las maravillosas historias que han ocurrido en los diamantes.
The
Pride of Yankees, con Gary
Cooper, que cuenta la vida de Lou Gherig y que hay que ver con una caja de
pañuelos.
The Soul of the Game, de Kevin Rodney Sullivan, con Blair Underwood como
Jackie y Delroy Lindo como Satchel Paige, que trata sobre el debut de Jackie
Robinson, nos hace admirar a Page y
adorar a Joshua Gibson.
61 *,
una cuidadosa producción de Billy Crystal, que narra cómo fue aquel 1961, en el
que Roger Maris dejó atrás el record de batazos en una temporada de Babe Ruth,
también para llorar varias veces y magníficmente dirigida por un Crystal que se
muestra, no sólo como director, sino como gran romántico del juego,
regalándonos imagenes que sólo pueden ser recuerdos de un niño que amaba el
beisbol.
Babe,
con el gordo John Goodman, insuperable en su personaje de Ruth.
Cobb,
con Tommy Lee Jones, que a pesar de ser una historia sobre Ty Cobb, quien con
su comportamiento muchas veces hizo avergonzar el beisbol, también nos acerca a
una forma filosófica de ver la vida y el propio juego.
8 men Out, el drama de los Medias Negras de 1919 y sobre el
mismo tema, con un toque de magia y ficción que uno agradecerá siempre, The
field of dreams o Campo de
Sueños, en mi criterio la más bella de todas.
Una para reírse a carcajadas, pero tal vez la que
mejor describe lo que es un equipo por dentro, es Major League. Otra muy divertida se unió hace poco a
mis películas de beisbol, “Amor en juego” o Fever pitch, con la encantadora Drew Barrymore, porque
además de la historia de amor, es una deliciosa forma de contar cómo terminó
para los Medias Rojas la “Maldición del Bambino”.
A league of their own, con Tom Hanks, Maddona, Rossie O´Donnel y Gina
Davis, en una actuación encantadora, comparable a su personaje de Thelma, en el
clásico Thelma y Louise.
Bull
Durham con Susan Sarandon,
Kevin Costner y Tim Robins, una de amor y beisbol que nadie puede dejar de ver
para entender muchas historias, como la de mi querida Amanda Gutiérrez con
Géremy González en plena final Aragua-Caracas y que siguó en la Serie del
Caribe, entre pitcheos y Choroní.
The Sandlot, con James Earl Jones, que cuenta la historia de unos
niños que quieren rescatar una pelota firmada por Babe Ruth.
Las películas de la “vida misma” que hablan de
beisbol, superan en hazañas a las de ficción, por eso voy a contar de la vez
que César Miguel Rondón, escritor, melómano, periodista, locutor y gran
fanático del beisbol, mi hermano del alma, me invitó a producir y a escribir
con él y el cinesasta Luis Alberto Lamata, un documental sobre la vida de
Andrés Galarraga.
Antes de narrar la historia en detalles, quiero
comenzar con una frase que soltó César después de nuestra primera entrevista
con el gran Gato.
Habíamos pasado toda la tarde con Andrés averiguándole
la vida, esa vida que comenzó en las calles de Chapellín y que el nos contaba
como si hubiera sido normal todo por cuanto pasó para convertirse en una de las
estrellas más grandes de su tiempo.
Al salir de su casa nos fuimos a un restaurante a
celebrar por la gran historia que teníamos en el pequeño grabador.
César me dijo, aun emocionado, recapitulando todo lo
oído: “Había momentos en los que no sabía si abrazarlo o aplaudirlo”.
Aquí va la historia que nos contó el Gato…
Su primer equipo fue el de Chapellín, una divisa integrada
por puros muchachitos del barrio. El “Negro” Echenique, quien según Andrés era
un excelente primera base que “las cogía todas”; “Toito”, que era catcher y buen bate; Luis Echenique, quien nunca se desligó
del beisbol y aún hoy es entrenador de las Panteras de Alto Prado, una de las
más exitosas divisas de la Liga Chucho Ramos de la Corporación Criollitos de
Venezuela; “Pingüino” y “Pantera”, entre otros, todos participaron encantados
en nuestra historia.
César decidió convertirlos en una suerte de “gran coro
griego” y a lo largo de la película fueron apareciendo para confirmar con sus
testimonios por qué Andrés fue quien se convirtió en el gran jugador que conoce
el mundo.
Las primeras pelotas, como simpre en las historias del
beisbol de la calle, eran hechas con cartoncitos de un cuarto de litro de jugo
o leche, recubiertas de “teipe” apretadísimo, hasta que el cuadrado se
convertía en una esférica que por el ateipado rebotaba, claro que de forma
irregular, con bounces
extraños y difíciles. Por lo mismo, si se es bueno fildeando ese garabato,
cuando viene la pelota de verdad atraparla se hace menos difícil.
Los peores días para Andrés eran los sábados o
domingos en los que había juego, pero amanecía lloviendo. Como todos los niños,
se preguntaba por qué no llovía el lunes o el miercoles, para no ir al colegio.
Se quedaba durante horas mirando llover desde la
ventana, hasta que finalmente escampaba y venía el desquite con una partida de
chapitas en la plaza, cerca del puente.
Coinciden todos los grandes peloteros, específicamente
los del Caribe, que batear chapitas ayuda a afinar la vista.
Los niños van a las bodegas y a las licorerías a
buscarlas. Recolectan muchísimas y, claro, mientras más chapitas, más tiempo de
juego.
Andrés era bueno con las chapitas, lo suyo no sólo era
fuerza, sino también contacto, cosa que quedaría más que probada a lo largo de
su carrera profesional, especialmente en 1993, cuando fue el Campeón Bate de la
Liga Nacional con un astronómico promedio de .370. Superando a Tony Gwyn.
Un cuento común, no sólo de nuestro “coro griego”,
sino también de Jorge Ray, fundador de la divisa “Ray Ran”, equipo al que
pasaron casi todos los peloteros del Chapellín, incluyendo al joven Galarraga,
es que una vez, jugando en la Base Aérea de La Carlota, uno de sus batazos se
fue del campo, impactando en un avión de la Fuerza Aérea que estaba estacionado
un poco más allá de la cerca, dejándole marcada la huella de la bola. A los
minutos apareció un general reclamando por el golpe.
Lo maravilloso de esta historia es que fueron
entrevistados por separado y todos, al recordar la anécdota, abrían los dedos
índices y pulgares de las dos manos, haciendo un círculo, pero sin juntarlos,
para explicar el tamaño del tatuaje que quedó en el fuselaje de la aereonave.
Con el “Ray Ran” Andrés disfrutó mucho de la vida del
pelotero de beisbol menor, la competencia, el irse acostumbrando a la
disciplina, al trabajo en equipo, el trabajo físico, la frustración de la
derrota, la felicidad de ganar por un batazo oportuno, el apoyo de la familia…
En cada juego ratificaba que lo que más deseaba en la vida era ser un
profesional de la pelota.
Andrés nos contó esta historia en su casa de West Palm
Beach, unos días después de
ponerse la segunda dosis de la quimioterapia a la que tuvo que someterse cuando
le diagnosticaron el linfoma que lo alejó de los estadios en 1999.
El mismo nos abrió la puerta cuando llegamos a su
casa, que si bien está en un conjunto donde todas las casas tienen arquitectura
y colores similares, la suya es fácil de distinguir, porque tiene en el porche
una guacamaya de madera que cuelga sobre el timbre. Estaba completamente pelón.
Inmediatamente nos dijo, con su sonrisa imperturbable, que se había “raspado”
porque en verdad parecía un gato soltando el pelo.
No lo hemos conversado jamás, pero aquel recibimiento
nos hizo sentir relajados a César Miguel y a mí para hacerle la entrevista
inicial, porque se hace inevitable saber de alguien con cáncer e imaginárselo
decaído. Pero Andrés seguía con su ánimo irreductible.
Entusiasmado nos hablaba de los días en los
Criollitos, sin embargo un recuerdo hizo que su expresión cambiara por unos
momentos…
“Supe que estaban conformando el equipo de la
selección de beisbol de Venezuela. El try out era en el Universitario y el mánager Remigio Hermoso.
Fui y di muchos y buenos batazos, pero aquello era una rosquita a la que yo no
pertenecía, así que me dejaron fuera”.
Lloré muchísimo, me sentí realmente mal”.
Cuando filmanos esta historia para el documental,
tuvimos que parar la grabación porque se quebró de verdad, volvió a llorar. Una
frustración se le mezcló con otra…
De esto conversamos después con Remigio, quien
recuerda que tampoco Urbano Lugo ni Oswaldo Guillén fueron escogidos, pero dejó
muy claro que no se trataba de nada personal, sencillamente no gustó.
Sin embargo, podría decir que sólo hablando de Tom
Runels, un mánager de los Expos, y Remigio Hermoso, Andrés arruga la cara.
Como “no
hay mal que por bien no venga”, dice sabiamente el aforismo, Andrés se fue con
los “Ray Ran” a Puerto Rico, a disputar una copa de beisbol juvenil en homenaje
a Alfonso Carrasquel.
Chico estaba presente en la Isla del Encanto y allá
pudo presenciar el poder de Andrés, cosa que ratificó el destino de nuestro
Gato.
En uno de los juegos, Andrés sacó una bola del parque
llevándola más allá de donde era pensable podía hacerlo un “juvenil”. Chico se
impresionó tanto, que se intersó por conversar con el muchacho.
Aprovechó para confesarle que quería ser pelotero
profesional y Alfonso estuvo de acuerdo con que tenía condiciones y actitud
para llegar lejos.
En Caracas, Alfonso le pidió a Felipe Rojas Alou,
mánager de los Leones, que probara al muchacho.
Cuando Chico recordó esta historia para la película,
el mismo nos dió la frase con la que titularíamos el documental, porque el
cuento sigue con que, luego de probarlo la primera vez, en la que sacó varias
pelotas, por cierto, Felipe le dijo que el muchacho estaba muy gordo, a lo que
Carrasquel respondió: “!Sí, es un gordito, pero aquí, aquí (dijo golpeando con
su índice derecho la sien), lo que
tiene es puro beisbol”.
Con semejante “palanca”, el Gato llegó a un acuerdo
con Alou que era un gran desafío, debía perder más o menos 12 kilos, en dos
semanas.
Recuerda que casi no comía. Ensaladitas y pollo a la
plancha, nada que ver con los deliciosos platos de la gastronomía criolla que
sabe preparar Juana como las mejores. Ya la quisiera don Armando Scannone en su
cocina.
Esas dos semanas fueron de mucho sacrificio, ni un
dulcito, ni una empanadita, ni un vaso de chicha. Quería ser pelotero y punto,
así que se deshizo de los kilos demás y volvió.
Entonces lo firmaron para los Expos de Montreal,
organizción de Grandes Ligas para la que trabajaba Felipe Rojas Alou, y para
los Leones del Caracas.
Una anécdota muy graciosa que está vinculada a sus
inicios, cuenta que estando en los juegos de pretemporada, en Guarenas, aún no
había sido firmado, pero era necesario protegerlo. El “Loco” Torres, coach de
los Melenudos, decidió cambiarle el apellido por el de “Soler”. Escogió el
nombre porque era fanático de las películas mejicanas y admiraba a los hermanos
Soler.
La primera vez que salió retratado en el periódico fue
por aquellos días. Aparecía anotando una carrera y claramente se ve que es él,
sin embargo, el gran titular decía: “Novato Andrés Soler impresiona en las
prácticas”.
En primera base del Caracas estaba Gonzalo Márquez,
sin duda uno de los más notables
que hayan jugado en equipo alguno, así que Andrés tuvo que esperar.
Según Oscar Prieto, co-dueño y gerente general del
equipo, era predecible que no se quedaría como tantos otros, porque además de
poderoso, era ordenado, disciplinado, metido en el juego, siempre en la baranda
pendiente del pitcher, esperando su turno…
Al terminar su primera temporada de novato se fue al
norte, a Palm Beach, hogar
primaveral de los Expos.
Allí no la pasó bien. Nos confesó que muchas veces
pensó en devolverse, pero su deseo de jugar pelota y de ser un grandeliga eran
más fuertes que la incomodidad de no entender el idioma, de estar lejos de
casa, un muchacho además tan familiero como él. A pesar de lo difícil de esos
años, no desmayó.
No pasó mucho tiempo para que Andrés se casara con
Eneida, vecina toda la vida de Chepellín, una muchacha divertida y “de su
casa”. La vida en pareja, estando afuera, le alivió la nostalgia por la
distancia, así que le empezó a ir mejor.
Si bien sentía que se le hacía tarde para cristalizar
su meta de ser un bigleaguer, en nuestra pelota se iba convirtiendo en un
ídolo, con cada batazo bueno se ganaba más y más el cariño de los caraquistas.
Recordando los momentos difíciles, le vino a la
memoria un juego con el Caracas, siendo Chico el mánager, en el que tres veces
se había ponchado feísimo. Estaba cubriendo el jardín izquierdo y lo único que
deseaba era que no bataeran hacia allá. Estaba desconcentrado y no quería
seguir, ni en aquel juego ni en nungún otro. Fue esa la única vez que pensó en cambiar de ramo.
Entre lágrimas, le pidió a Carrasquel que lo sacara
del juego. Chico no sólo no le hizo caso, sino que lo reprendió: “El beisbol no
es sólo jonrones y hits, si fuera tan fácil todo el mundo jugaría”. Le ordenó
que cogiera su guante y siguiera jugando. Un turno más tarde dió un buen batazo
y todo lo malo que había ocurrido se desvaneció, pero la lección quedó bien
aprendida.
Andrés fue ascendiendo lentamente en los equipos
menores de los Expos. Un día, estando en triple A, se sentó frente a Felipe
Rojas Alou y le manifestó su frustración, porque estaba bateando muchísimo,
mejoraba cada día su defensa y no obstante ese esfuerzo, veía como otros eran
subidos a las Mayores mienras él seguía esperando.
La respuesta de Felipe fue sabia: “Cuando subas, no
volverás a bajar”.
A mitad de la temporada de 1986, Alou lo llamó a su
oficina y le dijo que hiciera la maleta.
Hacer la maleta significaba que en las próximas horas
iría al equipo grande. La
felicidad era inmensa, como su voluntad.
Llamó a Eneida, que estaba con seis meses de embarazo,
y le comunicó la gran noticia, pero ella al otro lado de la línea, si bien
estaba contenta por el éxito de su esposo, lamentaba que no estaría en los dias
finales, porque debía venirse a Caracas a dar a luz a la primogénita, Andria.
Ella fue quien hizo la maleta y la envió a donde Andrés debía unirse a los Expos.
La historia desde entonces es por todos conocida, se
lució bateando y fildeando, de hecho ganó dos Guantes de Oro y recibió su
primera invitación al Juego de las Estrellas. Finalmente había conseguido lo
que quería, establecerse en las Grandes Ligas.
Pero llegó el año 1992 y fue cambiado a los Cardenales
de San Luis, equipo dirigido por Joe Torre. Con los pájaros rojos sufrió su peor campaña, había perdido la mecánica, como si se le hubiera
olvidado cómo batear. No fueron pocos quienes pronosticaron que su carrera había
llegado al final.
Pero Andrés, esa es su historia, siempre consigue cómo
vencer la adversidad.
El coach de bateo de San Luis, Don Baylor, se puso a
trabajar con él, como si hubiera que enseñarlo a batear de nuevo. Cambió su
manera de pararse en el plato. Ahora miraba de frente al pitcher, tenía una
mejor visual de la bola desde que la soltaba el lanzador y podía preparase para
conectarla con todo su poder.
Vale la pena decir, porque así es y hay quienes creen
en la “causalidad”, que en una barrida en segunda base, donde estaba Remigio
Hermoso, Don Baylor se “barrió” y
se dió un violento choque que le produjo al venezolano una lesión que lo
dejó fuera del beisbol.
Baylor había sido llamado por una franquicia de
expansión, los Rockies de Colorado.
Aquellos Rockies impresionaron desde los primeros
días. Su alineación, en la que estaban Larry Walker, Dante Bichete, Vinicio
Castillas y Galarraga, es uno de los line ups más temibles de la época. Además jugaban en el Coors
Field, un parque en el que la bola corre “fácilmente”.
En el nuevo equipo, el nuevo dió batazos de todos los
calibres, había recuperado la fuerza para dar jonrones y había mejorado
notablemente el contacto.
Iba destrozando la liga, como dicen los beisboleros,
hasta la tarde en la que, persiguiendo un fly, chocó con el segunda base y se
lesionó la rodilla derecha.
Todo parecía haber terminado en equella temporada.
Pero Baylor, conociendo la fuerza de voluntad de su pupilo, pactó con él para
un día “X”. Ese día debía comenzar a practicar para poder incorporarse con el
suficiente tiempo para pelear el liderato de bateadores de la Liga Nacional.
El día pautado apareció el Gato dispuesto a trabajar y
en la fecha calculada fue reactivado. La pelea no estaba fácil, su rival en la
lucha por el título de bateo era nada menos que Tony Gwyn, uno de lo mejores
bateadores de su época.
Muchos de
los imparables de Andrés se fueron del parque. Él bromea e insiste en que daba
jonrones para no tener que correr duro. Podría decirse que en una sola pierna,
Andrés Galarraga fue el Campeón Bate. En Venezuela delirábamos…
Los años de Colorado fueron inolvidables, él y el
resto de los “Bombarderos de la calle Blake”, como también eran llamados el
Gran Gato y compañía, fueron el equipo nuevo que más rápido llegó a una
postemporada, fueron los primeros en tener cuatro bateadores con más de 30
jonrones y 100 carreras empujadas. !Un carro de leña! Uno detrás del otro,
hábiles, fuertes, intimidantes…Tenían “química”, como se dice ahora, que no es
otra cosa que una conexión que da la diversión, el poder ganar, hacerlo juntos,
jugar y ser felices como cuado eran niños. Tenían mucho más que poder aquellos
bombarderos.
Fue además de líder bate, líder en empujadas y en
jonrones, aunque no el mismo año, pero ganó todos esos lauros, un bate de plata
y apareció en la lista de los Más Valiosos.
Un sábado en la tarde los Rockies jugaban en el Pro
Player Stadium, y el estelarísimo Kevin Brown se metió en líos dejando embasar
a los dos primeros bateadores, con Larry Walker al bate; la decisión fue darle
el boleto intencional para enfrentar a Galarraga. Al primer envío le devolvió
la bola al último piso del parque. Fue el jonrón más largo en años y el más
largo de Miami, creo que hasta ahora.
En principio se dijo que la bola había recorrido 570
pies, pero al rato, dice Andrés que cuando se dieron cuenta de que dejaría
atrás a Mickey Mantle, rectificaron la medida y dejaron el batazo en 529 pies.
Unos innings más tarde, Dennis Cook entró a relevar y al enfrentar
al Gato le pegó la bola, por primera vez en cientos de pelotazos; El toletero
se fue al montículo con la intención de desquitarse a golpes; afortunadamente
para Cook, no le atinó ninguno, porque lo habría lastimado. Lo expulsaron y lo
multaron, pero si algo quedó claro, si algún día ven la repetición, es que no
habría sido nadie de haberle gustado el boxeo.
Cuando llegó el momento de renegociar, los Rockies
salieron de Galarraga. A uno le da rabia que eso pase, que un equipo salga de
un jugador “franquicia”, querido, que mete gente en el estadio, que la ciudad
lo adora, etc, pero así es y es parte de como es todo.
El cambio, sin embargo, fue muy positivo para Andrés,
porque su producción se mantuvo y así demostró que podía seguir siendo un
excelente bateador fuera de Denver.
En su primer año con Atlanta despachó 44 jonrones,
bateó para .305 y empujó 121 carreras.
El 17 de febrero de 1999, cuando abrieron los campos
de enrenamiento de primavera, fiebrúo como siempre, se reportó con su
entrenador personal, quien al verle le dijo que nunca lo había visto en tan
buena forma. Haciendo swings de práctica, sintió un fuerte dolor en su espalda,
que le impidió seguir con el trabajo.
Lo examinaron los médicos del equipo y decidieron que
se chequeara en Chicago. Allí recibió la mala noticia que pronto impactaría en
el mundo del beisbol. Tenía un linfoma en la quinta vertebra lumbar y había que
someterlo a tratamiento de inmediato.
El cáncer era esta vez el violento pitcheo.
A estas alturas del cuento surgió una pregunta que,
después de su respuesta, resultó ser importante, sobre todo a manera de consejo
para mi vida en particular.
“¿Tu no
te has puesto bravo con Dios? ¿No has mirado al Cielo y le has reclamado que
esto te haya pasado a ti?”
Entonces vino su respuesta que nunca olvidaremos
quienes estabámos allí: “No, jamás me he puesto bravo con Dios, nadie se puede
poner bravo con Dios, sino ¿quién te queda, quién te ayuda a enfrentar lo que
sea que haya que enfrentar? !No, no me he puesto bravo con Él, confío en Él, sé
que me voy a curar y que soy yo quien tiene cancer, porque soy un ejemplo y
seré ejemplo de que el cáncer se cura!”.
Sereno, como el acostumbra decir las cosas, como si no
fueran aleccionadoras sus vivencias y sus opiniones, nos dijo eso con una fe tal, que estoy segura de que ese
momento fue uno en los que a César le provocó abrazarlo y también aplaudirlo…
Años más tarde, cuando mi hija Lucía estaba peleando
en su incubadora contra la bacteria que finalmente causó su ida al lado de
Dios, recordaba esas palabras de Andrés y rogaba porque, si pasaba lo peor,
pudiera aceptarlo sin perder la fe. Le pedía que no me dejara arrecharme con
Él, que no me dejara sola…
A los tres meses, estoy segura de que por no haberme
puesto brava con Él salí embarazada de Santiago, mi hijo menor, un gran premio de la vida.
Es otra historia mágica la que cuenta cómo Andrés se
curó del cáncer.
Unos días después de que el país y el mundo entero
supieron la mala noticia, una joven abogada, Marilyn de Perera, soñó que la
Virgen de la Rosa Mística le había dicho que contactara a Andrés Galarraga y le
dijera que rezara el rosario en familia.
Esta muchacha, que jamás se había interesado por el
beisbol, pero que sabía que el pelotero era una super figura, muy querida hasta
por lo que no son fanáticos, da inicio al milagro ubicando el teléfono de Luis
Alfonso Galarraga, quien era un hombre más bien esquivo con el celular.
La chica consigue el teléfono, lo llama y él le
atiende, la escucha con atención y se comunica con Eneida, quien la llama para
enterarse en detalles del sueño y de cómo rezarle a la Rosa Mística.
Marilyn
había encargado una imagen de la Vírgen a Italia y se la había enviado con Luis
Alfonso. Cuando la imagen llegó,
Eneida habló con ella sobre el particular rosario y supo que había que
ofrendarle unas rosas blancas.
En todo West Palm Beach no halló ni una sola rosa
blanca, sólo anaranjadas, pero igual las llevó, después de todo, lo más
importante era rezar toda la familia junta.
Era un poco antes de la media noche cuando Eneida
llamó otra vez a Marilyn para
contarle que mientras rezaban el Rosario, las rosas naranjas se habían vuelto
blancas…
La fe de Andrés debe venirle de parte de Juana. Ella
es muy católica, creyente del Niño Jesús de Capaya, de la Vírgen de Betania, a
quien le encomendó la rodilla de Andrés en 1993 cuando fue lider bateador, y de
José Gregorio Hernández. Ahora también es una de las principales promotoras de
Rosario de la Rosa Mística.
Confiada en esa alineación, Juana recibió la terrible
noticia con optimismo. Después del susto inicial, su única convicción era que
su jonronero no iba a dejarse ganar. Lo puso en las manos de Dios y su
equipo, confiando en que no podía
estar en mejores manos.
Unas semanas después de esos primeros días de la
enfermedad de Andrés, ocurrió nuestra visita, para entrevistarlo para nuestra
película.
Alejandro Wiedeman, cineasta venezolano, director de
fotografía, escéptico y ácido, me
confesó después que varias veces se le puso la piel de gallina. Es importante
recordar que la película se rodó estando Andrés en plena lucha.
Podría decirse que eran los primeros innings del cáncer y que por difícil que se
pintara el juego, no entregarse, igual que en el beisbol, fue determinante en
la vida de Andrés.
Esta vez no estaba Chico ordenándole que tomara el
guante y saliera a jugar, ya eso estaba muy aprendido.
Él era el mismo de aquel juego que se decidió con un
batazo suyo, el que aprendió a batear de nuevo, el que ganó un título de bateo
con todo y la rodilla rota. El Gran Gato que no se rinde.
Inolvidable un titular de Meridiano, indudablemente hecho por José Visconti,
periodista deportivo, locutor, animador de eventos religiosos, caraquista y ex
seminarista, que decía en sus grandes letras amarillas sobre fondo rojo:
“TRANQUILOS. TIENE 7 VIDAS”.
Para terminar nuestra entrevista, César Miguel resolvió
ubicar a Andrés en el jardín de su casa, rodeado de centenares de cartas,
tarjetas, fotografías, letreros tipo afiche y una enorme tela que pusieron los
Bravos de Atlanta en la entrada del parque de Disney, donde entrenan en
primavera, para que los fanáticos le escriberan un mensaje, al lado de un
dibujo del Gato Sonrisa, el personaje de Alicia en el País de la Maravillas.
Andrés fue un pelotero amable con la prensa, siempre
pendiente de atender a los fanáticos, no creo que sea temerario decir que jamás
negó un autógrafo a nadie, ni un consejo a un novato. Quererlo es inevitable.
Muchas de esas cartas Andrés no había tenido tiempo de
leerlas, así que fue allí donde se encontró con toda esa correspondencia
amorosa que le había llegado desde todas partes de Estados Unidos y Canadá, de
Venezuela, de Puerto Rico, Nicaragua, República Dominicana y otros sitios
lejanos, donde había venezolanos que enterados de la noticia, quisieron
manifestarle apoyo.
Para los efectos de la edición, Andrés respondía a
nuestras preguntas, mirando directamente a la cámara.
Estaba muy conmovido con lo que tenía alrededor, así
que César Miguel, sorprendiendo a todos, sin prepararle para la pregunta, le
gritó: “!Andrés! ¿tú te vas a morir?”
Sin dudar, sin quebrarse, convencido, confiado y
vigorosamente, el Gato dijo que no, que él no iba a morirse por ese cáncer: “
Yo soy una persona a la que no le gusta perder”, su voz se tambaleó únicamente
cuando habló de lo que para él significaba todo ese amor que lo rodeaba. “Este
es mi salón de la fama”, dijo con palabras que salieron de su alma.
Su respuesta fue el último parlamento de la película
antes de terminar con la imagen de Andrés acompañado de Eneida y sus tres
hijas, Andria, Katherin y Andrea, caminando con ellas en un jardín enorme, con
el mundo por delante.
Así terminó el documental, pero todos sabemos que la
historia es todavía más rica.
Andrés derrotó el cáncer y regresó a la prinera base
de los Bravos. En los primeros días de los entrenamientos de primavera, cuando
los lanzadores enfrentan a los jugadores del propio equipo, antes de que se dé
inicio a la pretemporada o juegos de exhibición, el gran Gato enfrentó a Gregg
Maddux y se la conectó tan bien, que el estelar lanzador le dijo, según
reseñaron los diarios de Atlanta, que él (Andrés) como que no había tenido
nada.
Ese año 2000, la ciudad de Atlanta fue la anfitriona
del Juego de las Estrellas y Andrés, aunque no fue elegido como abridor por los
fanáticos, igual tuvo el privilegio de estar en el line up inicial porque Mark Mcgwire no participó
por una lesión en su rodilla derecha. Bobby Cox se decidió por Andrés sobre
Todd Helton, quien sustituyó al Gato en la primera base de los Rockies de
Colorado.
Al momento de su anuncio, justo después de Chiper
Jones, el gran consentido de los Bravos, el Turner Fild le brindó una ovación
estruendosa. Andrés saludaba con su gorra mientras la gente no dejaba de
aplaudir y gritar. Ninguna estrella recibió esa noche más cariño que él.
En el palco de prensa, el periodista Carlos Figueroa y
quien escribe habíamos decidido abrir el ventanal para escuchar ese momento. La
ovación bajó cuando el locutor interno anunció la siguiente estrella.
Andrés siguó siendo un buen bateador, sacó 28 jonones,
dejó promedio de .302 y remolcó 100 carreras, números que le valieron el título
de Regreso de Año.
A pesar de su actuación destacada y útil para la causa
de los Bravos, la gerencia no lo contrató para El 2001, así que el Gato se fue
a Texas, donde no le fue bien, más tarde vistió nuevamente el uniforme de los
Expos y también el de San Francisco, por último fue cambiado a los Angelinos,
equipo con el que vio su último turno oficial.
Luego quiso regresar con los Mets de Nueva York, pero
decidió no seguir cuando se dio cuenta de que no podría rendir en los niveles
de excelencia a los que se acostumbró.
Fueron 19 temporadas jugando en las Mayores, quedó en
399 jonrones, un número importante, pero frío, que no traduce su entrega ni su
fuerza.
Sin duda, de no haberse enfermado, habría pasado muy
largo la barrera de los 400 vuelacercas.
Pero como él mismo dijo, el cariño que se ganó de la
gente es su mejor logro.
Andrés es así de grande para que le quepa ese corazón enorme
que tiene.
Excelente vale, grande andrés galarraga ejemplo de vida
ResponderEliminarGracias por este relato. Vuelven las emociones al recordar cuando supimos del padecimiento de Galarraga, quien demostró con su inquebrantable fe que rendirse no es una opción. Aleccionadora experiencia de un ser humilde y extraordinario. Feliz día.
ResponderEliminarLos ojos se me llenan de lagrimas al leer y recordar la gran carrera de del "Gran Gato". Dios le bendiga siempre.
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