Llegó a Júpiter en 1990, así que no se perdió un sólo día la construcción del Roger Dean Stadium, inaugurado en 1998 y hogar primaveral de los Expos de Montreal hasta que desaparecieron, los Cardenales de San Luís y desde hace poco los Marlins.
Es uno de los parques de la Liga de la Florida, asiento de los Palm Beach Cardinals y los Júpiter Hammerheads.
Lo que más le entusiasma es hablar de beisbol y recordar todo lo que ha visto desde su silla.
Se dice que el sobrenombre “Bleacher” se lo pusieron de tanto verlo detrás de los jardines, en los estadios donde se juega pelota infantil, desplazándose de un lado a otro, animando y aplaudiendo a los chiquillos cuando hacen jugadas que no se ven ni en las grandes ligas.
Desde ahí, como cualquier espectador de un juego de pelota, critica las decisiones del manager y pronostica quienes pueden ser peloteros profesionales. Aunque parezca increíble, de vez en cuando logra fildear un batazo y al terminar la partida hace firmar la bola al jonronero.
Más de un centenar de pelotas están guardadas en una vitrina especial que su nuera le permitió tener en el garaje.
No hace diferencias, al lado de una bola autografiada por Lou Brock, Ozzie Smith o Jim Palmer, están las firmadas por los muchachitos. Las atesora y recuerda en que parte pudo atraparlas.
En silencio disfruta recordando sus grandes momentos como fildeador y las veces que los muchachos, técnicos, padres y amigos presentes en el juego, se han puesto de pie para aplaudir su impresionante habilidad de manejar el motor de la silla con la mano derecha, mientras persigue la pelota hasta que la captura con el guante que lleva en la otra mano. Sabe leer los batazos y ubicarse.
A veces devuelve la esférica con cierto pesar, cuando sabe que no puede llevársela de souvenir, porque en los juegos de esa categoría siempre hacen falta pelotas.
Retrocede a unos metros de la reja y lanza un elevado fly al jardinero derecho y aprovecha para comprobar que no son inútiles los ejercicios que no ha dejado de hacer con las mancuernas.
Además de gustarle el beisbol, también disfruta las tardes en el muelle de la playa, con su caña de pescar y una pequeña cava que lleva con dos cervezas holandesas y regresa llena de pescados.
Desde que enviudó vive con su hijo y su nuera. Su único nieto jugó pelota hasta que consiguió una beca para estudiar en la Universidad y se quedó viviendo en Boston donde es profesor de biología en una pequeña escuela. Viene de visita en invierno un par de semanas y luego vuelve en primavera, cuando Cardenales y Marlins están terminando la pre-temporada y las estrellas y los buenos prospectos terminan de alistarse en los juegos de exhibición.
En el Roger Dean, que no tiene gradas al fondo, Bleacher ubica su silla en la localidad reservada para los minusválidos y disfruta el juego mientras le cuenta a su nieto y vecinos lo que han hecho todos los jugadores, grandes ligas establecidos, novatos y veteranos que podrían estar en el inicio de su última campaña en la Mayores.
A muchos, especialmente a los que salieron de las granjas de los Cardenales, los Marlins y antes los Expos de Montreal, los ha visto jugar desde que llegaron y muchos son sus amigos.
Es habitual ver a los jugadores voltearse para saludarlo desde el círculo de espera. Bleacher les responde el saludo con una sonrisa y les hace una seña que ya sabrán ellos lo que significa, pero no son pocas la veces que conectan un hit o llevan la bola más allá de la cerca.
Cuando los Expos tuvieron de manager a Felipe Rojas Alou, practicaba español hablando con el sabio pelotero dominicano. El beisbol era el tema ineludible, cada día que coincidían analizaban a un jugador diferente y también hablaban de lo difícil que es para un muchacho que viene de Dominicana o Venezuela convertirse en una estrella de las grandes ligas.
La mayoría de esos jovencitos tienen historias de mucho sacrificio, vienen de familias pobres y comenzaron a jugar beisbol en cualquier terreno malo, lleno de huecos, sin grama, en la calle, con pelotas hechas por ellos.
Nada que ver con los estadios en los que crecen los muchachos de Júpiter, un pueblo apacible y acomodado del sur de la Florida, cercano a Palm Beach, donde los campos de beisbol menor abundan y son preciosos, mantenidos con esmero por la municipalidad.
Para él resultaba fantástico e increíble que con todas las dificultades que le contaba Alou, existieran peloteros como Andrés Galarraga o Vladimir Guerrero, a quienes admiraba especialmente y tenía el privilegio de conocer, de ellos no sólo conservaba una pelota autografiada, también les había pedido bates que exhibía con orgullo mientras contaba la historia de cada uno sin perder detalle.
A Bleacher le gustan todos los aspectos del juego, pero lo que más disfruta es el batazo de vuelta completa. Casi nunca se equivoca al predecir los jonrones desde que oye el impacto de la bola y el bate y sin ninguna humildad le grita a quien tenga al lado “¡Te lo dije que se iba!”.
No es fanático de ningún equipo en especial, alguna vez siguió a los Medias Rojas, pero se cansó de apostar por ellos y se ríe al recordar que en 2004, cuando ganaron el título de la Serie Mundial, se alegró pensando en que su nieto estaba en aquella celebración que se extendió por días, pero se lamentó también pensando en los Cardenales y especialmente en Albert Pujols, a quien ha visto dar batazos de todos los calibres desde que era un prospecto.
Con la experiencia de haber sufrido tanto por los patirojos, creía que una vez más la Nación de los Medias Rojas se quedaría en la fría tiniebla de la derrota.
Sin la atadura que significa ser fanático de un equipo, su afición se concentra en los jugadores, vivir en un pueblo como Júpiter y ser vecino del Roger Dean, le han permitido conocer a muchos, unos que pudieron llegar y mantenerse en las Grandes Ligas y otros que a pesar del talento no pudieron con el nivel, algunos por indisciplina y otros porque se lesionaron a mitad del camino o no tuvieron suerte.
Por eso se alegra tanto cuando lee que el muchacho que llegó de Venezuela siendo un niño a los Júpiter Hammerheads, ahora es uno de los mejores bateadores de las Grandes Ligas, tal como él predijo muchas veces.
Siempre le impresionó su gran tamaño y la fuerza que mostró desde sus primeros batazos. Le parecía obvio que era un atleta desde pequeño, no era usual que un jovencito de poco menos de 18 años tuviera la contextura perfecta, además de la habilidad innata que demostraba cada vez que se paraba en el plato.
En el Roger Dean, desde su puesto en la tribuna, Bleacher acertó cada jonrón que le pronosticó y muchas veces fue capaz de decir incluso por dónde se saldría la esfera. Pronto el jugador de Maracay se convirtió en su favorito, siempre tuvo la certeza de que estaba viendo nacer una súper estrella.
Su nombre destacaba en los análisis de los expertos, pero a él le parecía que se quedaban cortos o dejaban una cualidad por fuera. Si hablaban de su fuerza no decían nada de su carácter, si resaltaban su habilidad para hacer contacto no hacían referencia a su inteligencia y a su liderazgo.
Cuando el muchacho subió al equipo grande con los Marlins en 2003, muchos cronistas manifestaron su asombro por el indiscutible talento del venezolano. Para él todo lo que estaba ocurriendo era simplemente la confirmación de su pronóstico, es un “natural”.
Los Marlins llegaron a octubre en el lugar del comodín y trascendieron a la Serie Mundial para enfrentar a los Yanquis, las apuestas estaban a favor de los Mulos del Bronx, pero Bleacher siempre iba en contra de ellos, deber que le quedó de su pasado fanatismo por los Medias Rojas.
Llegó el juego que se decía era el último de Roger Clemens y cuando su favorito se paró en el plato, Bleacher no tuvo duda en anunciarle a su hijo que el “Cohete Tejano” recibiría un jonrón, lo dijo lamentándose por estar sentado en la tribuna y no en las gradas, donde es muy posible atrapar un batazo de Miguel Cabrera.