Corría la primavera de 1967. Los Orioles de Baltimore venían de titularse campeones de la Serie Mundial. Una pareja de venezolanos entra a una tienda de deportes en Nueva York. Al momento de pagar, el cajero inicia una conversación preguntándoles de dónde venían; el señor le responde: "De Venezuela". Al ver la cara de desorientado del dependiente, continuó: "Petróleo", pero el hombre siguió sin ubicarse; entonces le dijo: "Somos del país de Luis Aparicio". De inmediato el vendedor le respondió: "Él es americano, nació en Estados Unidos". La discusión continuó por un rato, hasta que el cliente tuvo la razón, nuestro compatriota no quiso dejar el tema hasta que el cajero reconociera que Aparicio era venezolano. Sin embargo, el hombre, para no perder, le dijo: "Pero él se nacionalizó ciudadano estadounidense", cosa que sabemos jamás ocurrió.
La anécdota, contada por mi papá, sirve para ilustrar lo que significa el nombre de Luis Aparicio.
En aquellos ya lejanos años 60, una buena forma de ubicar a Venezuela en el mapa era decir el nombre del estelar campocorto.
Debutó en las Grandes Ligas el 17 de abril de 1956, con los Medias Blancas de Chicago. Era el sexto venezolano en diecisiete años que llegaba a las mayores. Vale el dato para explicar que en aquellos años era muy difícil, aun más que hoy, llegar a eso que llaman "el mejor beisbol del mundo".
No había treinta equipos como ahora, sino dieciséis; de hecho no es sino hasta 1961 cuando los dueños de equipos deciden expandir cada liga de ocho a diez clubes. Había que ser una verdadera estrella para estar en las Grandes Ligas.
Aparicio llegó con su beisbol a las mayores, donde lo único que importa es jugar buena pelota. Luis Ernesto Aparicio Montiel, hijo de Luis Aparicio "el Grande" de Maracaibo, no podía contar con el abolengo que le era reconocido por estas tierras, sino con su guante, su inteligencia y su talento.
Llegó a los Medias Blancas de Chicago para sustituir a otro venezolano, Alfonso Carrasquel, quien, ante su llegada, había sido enviado a los Indios de Cleveland.
En su año de debut se alzó con el premio al Novato del Año, fue el líder robador, con veintiuna estafas, e inició uno de los récords irrompibles del beisbol mayor: desde 1956 y hasta 1964 hilvanó nueve títulos como campeón estafador. De hecho, en la placa que lo describe en el Salón de la Fama de Cooperstown se destaca, además de su magnífico fildeo, su rescate al robo de bases como jugada ofensiva para el beisbol.
Dicen que los números son fríos, pero en dieciocho temporadas consiguió nueve Guantes de Oro, que hablan de su excelencia en la defensa de la pradera corta; trece invitaciones al Juego de las Estrellas explican por qué pertenece a la élite de los superiores; 2.583 juegos en el campocorto resaltan su constancia y disciplina; 2.677 imparables describen al hombre perfeccionista y 506 bases robadas revelan al pelotero veloz, pero sobre todo inteligente.
Su estelar trayectoria en Chicago, Baltimore y Boston lo llevó en 1984 al Salón de la Fama del Beisbol, donde sólo habitan los inmortales.
Volviendo a aquella tienda de Nueva York, luego de este vistazo a la vida de don Luis, es explicable que aquel vendedor haya inventado que era gringo; después de todo, ¿quién no quiere ser compatriota de un tipo así? Pero no, decir Luis Aparicio es decir Venezuela.
Te puedo comentar que lo vi en eljuego de estrellas de 1962 en Wash. DC. Aquel día, por supuesto jugó el juego completo y por si fuera poco, bateo un triple (los jardineros: Clemente, Mays y Aaron).
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