lunes, 2 de diciembre de 2013

Una pelota que se fue a la historia

La pelota del HR de Cal Ripken Jr. el día que empató la cadena de juegos de Lou Gehrig de 2130, fue vendida en una subasta por 41.736 dólares por su dueño, Michael Stirn, quien fildeó la pelota  del histórico día en el que Ripken igualó un récord que parecía imposible de alcanzar, el de juegos consecutivos del "Caballo de Hierro" de los Yankees, dicen que de los mejores Yankees de todos los Yankees.

Aquella noche  en la que Cal Ripken Jr, igualo en juegos seguidos a Lou Gehrig ocurrió el 5 de septiembre de 1995 en el Oriole Park at Camden Yards, ante 46.804 aficionados.

Todo el mundo del beisbol estaba pendiente, la televisión lo transmitió en vivo y directo, se trababa de un juego histórico que se resolvió en dos horas con 51 minutos.

Las  Grandes Ligas celebraban una fiesta protagonizada por uno de los héroes contemporáneos del juego de pelota. El hombre que debutó con excelencia para ser Novato del año en 1982 y que a la temporada siguiente fue el Jugador Mas Valioso, pieza clave en el Campeonato de Serie Mundial que lograron los Orioles en 1983.

Un jugador cuya racha se inició el domingo 30 de mayo de 1982. El nombre del Cal Ripken apareció en el octavo puesto de la alineación del manager Earl Weaver.

Cal Ripken jr, se fue de 2-1 con boleto y ponche.

El juego que inició la racha fue en el “Memorial Stadium”  y asistieron 21.632 aficionados. Fue una cálida tarde de poco más de 27 grados centígrados y el principal Vic Voltaggio cantó “¡Play ball!” a las 2 y 39.

Su desempeño como jugador, no solo la increíble seguidilla, lo convirtieron en un habitante del Salón de la Fama de Cooperstown.

En ese juego para empatar a Gehrig, como si ya no era inolvidable la ceremonia cuando el juego fue legal y sus nombres estaban uno al lado del otro, en el sexto episodio, frente al lanzador de los Angelinos, Mark Holzemer, Cal Ripken Jr desapareció la pelota en la profundidades del jardín izquierdo.

Y esa es la pelota histórica que Michel Stirn vendió a un hombre de negocios de Baltimore en una subasta, por casi 42 mil dólares. Dijo Stirn que primero intentó contactar a Ripken y a los Orioles para negociar con ellos, pero nunca recibió respuesta así que decidió venderla meses más tarde.

Para muchos, como para este servidora, una pelota de beisbol que estuvo en juego es un regalo magnifico, la suerte de atrapar un foul o un jonrón es increíble, pero imaginen poder fildear un jonrón que pasó a la historia, particularmente una pelota de cuadrangular de Cal Ripken Jr el día que igualó a Gehrig.

Yo creo que la vendió barata.

sábado, 26 de octubre de 2013

Con Cariño Caraquista




“No sé si seremos turcos, eléctricos o navegantes…”

Es una de las frases de la guaracha del maestro Billo Frómeta sobre los Navegantes del Magallanes.

No creo que exista un solo caraquista que no se la sepa, incluso que alguna vez no se haya sorprendido a sí mismo tarareándola, porque como toda buena guaracha es pegajosa.

Ya se habrá dado cuenta el amable lector, que muchos de los cuentos de beisbol que conozco me llegaron a través de mi papá, caraquista y sobre todo amante del beisbol.

Acababa Magallanes de titularse campeón del Caribe cuando Billo le dedicó el famosísimo tema.

Era niña caraquista y escandalosa, me llenaba la boca diciendo que había ido al estadio y que había visto a César Tovar y a “Vitico”, así que cuando ganó el Magallanes el primer título del Caribe para los venezolanos, mis amigos y rivales del beisbol se las “echaban” conmigo y me chalequeaban.

Tenían con qué, era verdad que habían ganado la Serie del Caribe y encima tenían una canción que sonaba en todas partes. Si, no pocas veces me quedé con la melodía. ”No hay quien le gane, al Magallanes”.

Cuando el 31 de diciembre mi papá ponía los discos de “La Billo’s Caracas Boys”, saltaba el “surco” hasta el siguiente tema. Nadie protestaba, en mi casa no había magallaneros por ninguna parte.

Una vez me explicó la letra, fue cuando supe que como don Carlos Lavaud, uno de los propietarios del Magallanes, gerente del club cuando fue fundada la liga en 1946, tenía una tienda cerca de la Plaza “El Venezolano”, llamada “El quipo eléctrico” y por eso les decían también “los eléctricos” y de ahí que la canción de Billo dice así.

Lo de “turcos” es porque dos de sus fundadores, Alberto y Ricardo Salomón y creo que por alguna razón a don Carlos Lavaud, también le decían “el turco”, pero no lo sé con certeza.

Lo cierto es que era la explicación de mi papá, quien con el tiempo ya no se ocupó más de saltar la celebérrima canción.

Magallanes es la institución deportiva de mayor prosapia en nuestra historia deportiva. Al menos el nombre, para no entrar en detalles legales.

Nació en un bar perteneciente a Anrtonio Benítez, de nombre ya augurioso, “Back stop”. Fue él quien propuso el nombre, no en homenaje al marino portugués específicamente, sino por el estrecho de Magallanes y la dificultad de navegarlo. Sometió el nombre a votación. Según algunos cuenteros, ganó por un sólo voto.

Lo cierto es que por los alrededores de las plaza Pérez Bonalde se ubicó el primer campo para que jugara el club recién nacido, ese lugar hoy en día lo conocemos como “Los Magallanes de Catia”.



Así se llama el lugar gracias al equipo que hoy celebra 96 años, Navegantes del Magallanes,  siendo prácticamente único el caso de una toponimia determinada por un club deportivo.

Magallanes siempre aspiró a poder medirse de igual a igual con sus competidores de entonces, el Royal, que a la postre heredó al “Cervecería Caracas” y más tarde y hasta el fin del mundo Leones del Caracas. La rivalidad entonces también tiene casi un siglo.

La historia del Magallanes es muy rica. Habla de una Caracas que sólo podemos ver en viejos retratos, de un país que recién recibía como propio un deporte desconocido, momentos y personajes históricos.

El Magallanes cuenta la historia de héroes civiles, de soñadores y empresarios que se fajaron para hacer realidad eso que hoy conocemos como a Liga Venezolana de Beisbol Profesional.

Y canciones, por supuesto, las dos guarachas de BIllo, tan enamorado de Caracas y sin embargo tan Magallanero.

En el caso de los caraquistas, nuestros enemigos eternos, los de siempre. De pronto surgen rivales y rivalidades, pero ninguna se compara a la que sentimos unos por otros.



No por loco preguntó el amigo tuitero  Boris García, @Bopnc, que qué hacía el Magallanes antes de que existiera el Caracas…ya lo dijimos, el “enfrentamiento” comenzó con el Royal a finales de los años 20  y de allá hasta acá no hemos parado de vivir el uno en contra del otro y por y para el otro.

Magallanes, recién en la misma categoría que el Royal y el Santa Marta, le ganó una serie de tres juegos al Royal y desde entonces sabemos la historia.

Nos hemos divertido mucho. Además esa “rivalidad” es, para quienes la experimentamos, una emoción muy sabrosa.

Que no se ofendan los demás, pero este es un asunto que sólo magallaneros y caraquistas comprendemos. Con los demás también se disfruta mucho y también se sufre, pero nada como este “odio” que nos tenemos los turcos y nosotros.

Además y sobre todo en estos últimos tiempos, creo que es maravilloso ver cómo somos en el estadio en un Caracas-Magallanes. Es un enfrentamiento tan apasionado, visceral y enconado y al mismo tiempo tan amable y divertido, que  es ejemplo de verdadera tolerancia y respeto por el otro.

No dudo en afirmar que es nuestra esencia, como somos en un Caracas-Magallanes es como somos como país.

Queremos ganarle al otro y disfrutar la victoria, pero si perdemos no nos llevamos las sillas y las almohadillas o amenazamos con demoler al otro y exterminarlo para que no regrese, no qué va, ojalá fuésemos siempre como somos en un Caracas-Magallanes.



Cumplen hoy 93 años, desde siempre, como dice Billo, han querido hacer de los Leones chicharrones, pero hasta el próximo juego…

Feliz cumpleaños Magallanes, felicidades magallaneros…y sí, por qué no, felicidades a los caraquistas por tener en frente a un rival de tantos innings.


lunes, 14 de octubre de 2013

Ty Cobb me sigue


La red social Twitter tiene muchos encantos. Su gran virtud es conectar a personas en todo el mundo y hasta más allá o desde el más allá...

Existen cuentas para todos los gustos. La diversidad del planeta se congrega en la infinita "jaula virtual" para trinar con libertad.

Hay quienes se refugian en seudónimos o asumen personajes de la historia, por eso es posible encontrarse a Frank Sinatra o a Napoleón Bonaparte opinando de cualquier cosa.

Desde hace tiempo sigo la cuenta de Ty Cobb @The_Ty_Cobb. Me pareció divertido encontrármelo en la red aupando a Miguel Cabrera  y de inmediato me interesó ver sus tuits. Con el temperamento que cuenta la leyenda del "Melocotón de Georgia", el Ty de Twitter escribe sin piedad y también celebra las grandes cosas que pasan con los Tigres de Detroit.

Sabemos que Cobb fue un hombre difícil. Sureño, racista como tantos nacidos en Atlanta en el siglo IXX y de mal carácter; la muerte en extrañas circunstancias de su padre lo convirtió en un hombre áspero y desconfiado. Sin embargo Ty Cobb es uno de los jugadores más talentosos y especiales de la historia del beisbol. Un bateador extraordinario, por encima del promedio de los mas estelares; inteligente y hábil para correr las bases, y ambicioso por ganar siempre. 

El Ty de Twitter es admirador de Miguel Cabrera y hace esfuerzos por escribir en español. Aplaude a Prince Fielder y liga los ponches que propina Aníbal Sánchez. 

Hace poco me empezó a seguir y no deja de ser alucinante intercambiar con una cuenta que dice que es él, "The Georgia Peach", como si lo hiciera su fantasma. Divertido y afable.


Y como en la película "Campo de sueños", escribiendo desde la Ipad, otro día se interpuso en la pantalla un aviso de Twitter que decía: "Joe Jackson te está siguiendo". 

Lo nombré en un tuit al que el fantasma de Ty Cobb le dio retuit y se apareció, como en la película de Kevin Costner, a contarme su historia. 

"Si lo construyes, ellos vendrán", le dijo "la voz" a Ray Kinsela en el clásico del cine dedicado al beisbol. 

Después se aparecieron en mi "Time line": Walter Johnson, Babe Ruth y Nap Lajoie. 

Estoy esperando a los 8 desterrados. Ojalá alguien abra la cuenta del "Fantasma de la Calle 35" Alfonso Carrasquel y desde allí se recuerden sus singulares historias.

Dijo una vez Babe Ruth que su inspiración como bateador era Joe Jackson y aunque no quería mucho a Cobb, reconocía su dotes superiores en el plato. Walter Johnson los ponchaba a todos con una recta que dicen que nadie podía ver y ahora su fantasma del Twitter recuerda su leyenda.

"Si tuiteas, ellos vendrán".

Es divertido, fantasmas estelares que deambulan por la red. Geniales espectros 2.0.

viernes, 20 de septiembre de 2013


Temporada heroica

Siempre se ha dicho que Miguel Cabrera es un "natural". Se usa el término para definir sus condiciones innatas para jugar beisbol. Su habilidad asombrosa de ajustarse en el plato, en fracciones de segundos, desde que el lanzador suelta la pelota. Sin duda el maracayero hace que batear luzca como cosa fácil, como si para él no existen pitcheos o pitchers que puedan detenerlo.

Ya parece que "natural" no es la definición que lo honra. Desde que apareció en las Mayores en 2003 ha ido demostrando que es mucho más que lo que decían los pronósticos. Parece que Cabrera es "sobrenatural".

Este 2013, especialmente desde el Juego de las Estrellas. Miguel ha presentado molestias que limitaron sus capacidades. Al terminar esta temporada sabremos qué fue lo que aquejó al triple coronado. 

Si Cabrerita estuviese al tope de sus condiciones, es muy probable que la pelea por el liderato de HR fuese cerrada o quién sabe si ya habría superado a Chris Davis, quien la noche del martes llegó 51 para desplazar a Brady Anderson, quien conectó 50 vuelacercas en 1996, en la lista de todos los tiempos para los Orioles.

Algunos especulan sobre las razones de la ventaja de Davis, incluyendo el hecho de que Cabrera es latinoamericano, yo no creo en eso. Además de sus condiciones, si Davis ha tenido suerte es conseguir a su rival en la carrera de los jonrones sin estar al 100 por ciento. 

Y aunque juega un tanto mermado, Miguel Cabrera, por lo menos, repetirá por tercera campaña consecutiva como líder en promedio de la Liga Americana. 

Quienes están  más pendientes de la posibilidad de que sea el único hasta ahora con dos triples coronas seguidas es la afición, el está concentrado en dar los batazos para ayudar a los Tigres, seguramente lo descansarán unos días cuando clasifiquen. Miguel, para qué decirlo, es una joya.

Lo hemos visto batear y correr las bases con evidentes muestras de, por lo menos, incomodidad y aún así se ve sobrado. 

Pasaron 15 juegos sin dar jonrones antes de largar el 44 el martes y el deseo es que haya terminado la sequía para que alcance y supere a Andrés Galarraga, quien dejó el récord para los criollos en 47 batazos de cuatro esquinas en 1996, cuando además comandó la Liga Nacional en carreras impulsadas con 150.

Hay quienes atribuyen el descenso en septiembre al cansancio y la presión. Me atrevo a decir que la molestia física que aqueja a Miguel ha sido determinante  en esto y no dudo en darle dimensiones heroicas al hecho de que siga jugando para hacer ganar a su equipo mas que para sus números.

Estoy segura de que recordaremos la épica de Miguel en esta temporada. Puro coraje. 

martes, 16 de julio de 2013

"Descalzo", el desterrado



Joe “Descalzo” Jackson mira maravillado el campo al lado del sembradío de maíz y pregunta a Ray Kinsella:

- ¿Es esto el cielo?

-¡No, es Iowa! –contesta el dueño del estadio, interpretado magníficamente por Kevin Costner al personaje que encarna Ray Liotta, “Shoeless” uno de los mejores bateadores de toda la historia, un hombre cuya leyenda crece a medida que ha pasado el tiempo desde que fue expulsado para siempre del beisbol, por haber formado parte de los ocho hombres que “vendieron” la Serie Mundial de 1919. Los “Medias Negras” de Chicago.

Para que tengamos una idea de lo que significaba Jackson como bateador, el mismísimo Babe Ruth admitió estudiaba el estilo del “Descalzo” “era suficientemente bueno para mi: dijo una vez.

No pocos aseguran que fue un jugador completo, de esos que hacen todo en forma sobresaliente. Se habla de él, de Ty Cobb y Willie Mays cuando se trata de resaltar a quienes han podido estar muy por encima del promedio en cada fundamento de juego y aún más allá, en los intangibles que no recogen las estadísticas.

Eddie Collins, uno de los mejores jugadores del beisbol, le dijo una vez a Ted Williams, bateador de dotes extraordinarias, cuando fue su coach: “Lo único parecido a Joe Jackson que he visto eres tú”.

Aún hoy el mundo del beisbol, los mayores, los contemporáneos y los más jóvenes que se enteran de sus historia sólo revisando los números, coinciden en que la condena perpetua a la que fue sentenciado por el juez Keneseaw Mountain Landis, primer comisionado del beisbol, cuando se comprobó que Jackson y otros siete jugadores de los Medias Blancas, aceptaron dinero a cambio de jugar para que el equipo perdiera. Se repartieron cien mil dólares y todas las culpas.

Sabemos que recibió dinero, aquellos Medias Blancas le pidieron montones de veces al dueño del equipo, Charles Comiskey que les pagara mejor, que tenían compromisos familiares. Comiskey era un miserable.

Aunque nada justifica la acción, esa necesidad se desvió para convertirse en uno de los episodios meas despreciables de la historia del juego. Los jugadores aceptaron el dinero y jugaron, como se dice en argot “para atrás”.

Sin embargo los números de “Descalzo” evidencia otra cosa y certifican lo que todo el mundo dice, que era un jugador que entrega el alma, así que no podía entregar un juego,

Joe Jackson jugó la Serie Mundial, sin cometer errores, bateó para .375, tres dobles, un triple, cuadrangular y fue líder en carreras impulsadas para Chicago

Una versión indica que no cobró, otra que si lo hizo pero que cuando quiso devolver el pago no lo aceptaron y la que es cierta sin dudas es que lo advirtió a Comiskey y éste, con la prepotencia que lo caracterizaba, no le hizo caso.

Los ocho implicados fueron sentenciados de por vida al destierro del beisbol. De todos, Joe Jackson siempre ha sido defendido.

El mismísimo Ted Williams dijo en una oportunidad: “Joe, que no hizo nada, pagó su sentencia y porque no se pueda resucitar a Landis (ya que debe ser el mismo Comisionado que sentenció quien revise y suspenda la medida) no puede andar así eternamente…me da asco cada vez que veo debajo de mi placa y a pocos centímetros la de Comiskey y el Descalzo todavía esperando afuera.”

Pero el destierro ha sido únicamente de los registros oficiales, su historia es innegable y con los años, su leyenda sólo ha servido para que muchos de los que nacimos después, incluso de su muerte, ocurrida el 5 de diciembre de 1951, lo tengamos entre nuestros favoritos.

Ahora que vemos estrellas bajo sospecha o confesos de haber usado esteroides y otras conductas deplorables, se nos hace difícil entender que persista el destierro, pero así será hasta el fin de los días.

Una de los momentos más conmovedores de “Campo de Sueños”  es este diálogo entre Jackson y Kinsella:

“- ¿Apuesto a que es bueno jugar de nuevo, verdad?-le pregunta Ray Kinsella (Kevin Costner).

- Haber sido expulsado del beisbol fue como si me hubieran amputado una parte del cuerpo. Me han dicho que algunas personas se despiertan con sensación de comezón en las piernas, cuando tiene 50 años que les fueron amputadas. Así me pasa a mí. Me despierto en la noche con el olor de los parques de pelota en mi nariz, la frescura del pasto en mis pies. La emoción del pasto –responde “Descalzo”

Y siguió -Amo este juego, habría jugado sólo por comida. Jugaba por amor el juego, los sonidos, los olores. ¿Alguna vez has sostenido una pelota o un guante frente a tu cara?

Sí- respondió orgulloso Kinsella

Y terminó Joe diciendo

-Amaba viajar en tren de ciudad en ciudad. Los hoteles con sus lujosos vestíbulos y las camas de latón en los cuartos. La gente en el estadio, de pie cuando una bola es conectada a la parte lejana de los jardines. ¡Maldición! hubiera jugado gratis”.

Joe Jackson, un día como hoy dio su último imparable…al año siguiente fue expulsado para siempre de los registros oficiales, no tiene derecho a ser miembro del Salón de la Fama de Cooperstown, pero no ha sido posible desterrarlo del corazón del beisbol.

jueves, 11 de julio de 2013


Cuando "Chico" fue una Estrella..



El 10 de julio de 1951 Alfonso "Chico" Carrasquel se convirtió en el primer jugador latinoamericano que participó en un Juego de las Estrellas. Fue además titular gracias a la voluntad de 1. 309.538 votantes que se decidieron por él por encima del campocorto de los Yanquis de Nueva York, Phil Rizzuto, quien convocó 1.213.774 electores y en la temporada anterior había sido nada menos que el Jugador Mas Valioso de la Liga Americana. Este dato por si sólo le da exacta dimensión al logro del joven caraqueño.

Desde siempre los jugadores que asisten al juego de las Estrellas, además de talento, condiciones y estadísticas, deben ser populares. Puede ser que para los fanáticos falte éste o aquel, pero siempre quienes están merecen el puesto.
Sin quitarle méritos (tarea imposible y absurda) a Rizzuto, cuando se juega en un equipo como los Yanquis de Nueva York se cuenta con cierta "ventaja", que para aquel año no le fue suficiente.

Alfonso Carrasquel "El Chico de Venezuela", "El Fantasma de la calle 35", "El Muchacho de Sarría", "El sobrino", "Carrasquelito", el  tercer criollo en las Mayores detrás de su tío Alejandro y Jesús "Chucho" Ramos, había debutado en abril de 1950 y su desempeño en esa primera campaña le valió llegar de tercero en la votación para el Novato del Año, detrás de Walt Dropo y Whitey Ford. 

Alfonso Carrasquel llegó con el inmenso compromiso de sustituir a Luke Appling, uno de los torpederos más longevos y exitosos de la historia, héroe de la franquicia luego de toda su carrera (20 años) uniformado de patiblanco y desde 1964 inmortal de Cooperstown. El reto era inmenso para el joven de Sarría que poco dominaba el inglés, pero que como le dijo a Milagros Socorro en su magnífico libro "Con la 'V' en el pecho", llegó hablando beisbol y llegó hablando clarito.

Al mando de Casey Stengel, la Liga Americana alineó así: Dom DiMaggio (hermano de Joe) en el jardín central, Nellie Fox, segunda base,George Kell  en la antesala,  Ted Williams como jardinero izquierdo, Yogi Berra  detrás del plato, Vic Wertz  en la pradera derecha, Ferris Frain en primera base, Chico Carrasquel en el campo corto y  Ned Garver  fue el pitcher abridor.  El nuestro se fue de 2-1 antes de que lo sustituyera el segundo latino, Orestes Miñoso, quien entró por él como emergente.

La Liga Nacional tuvo en la alineación abridora a Richie Ashburn, Alvin Dark, Stan Musial, Jackie Robinson, Gil Hodges,  Bob Elliot, Del Ennis, Roy Campanella y Robin Roberts.

Cuando vemos todos esos nombres y ahí el de Alfonso Carrasquel, nos resulta más fácil entender por qué para muchos, el "Chico de Venezuela" es considerado el "primer gran ídolo" que tuvimos en las Mayores. En la alienación abridora de la próxima edición del Clásico de Verano, Miguel Cabrera y Carlos González siguen sus pasos estelares, para orgullo de todos nosotros.

martes, 2 de julio de 2013

Una noche de duendes


Una Noche De Duendes





Una Noche De Duendes

Siempre he creído en los duendes del beisbol.

Son invisibles, como son todos los duendes, pero perceptibles en la magia que desparraman entre las rayas de cal, dónde ocurre casi cualquier cosa…o está por ocurrir.

Siempre andan por ahí, convocados por una línea que parece inatrapable y se mete como sin querer en el Guante de Omar Vizquel, por ejemplo, o de Asdrúbal Cabrera, porque los duendes se antojan de tipos así, los envidian un poco, se sienten como unos Cyranos mientras los hombres de verdad ejecutan la magia.

¿Será así? – Que no venga nadie a aclararlo, por favor, que tengo evidencias de mi teoría.

Son muchas, millones, desde cuando no había registros y se jugaba en praderas informales. Lo saben quienes juegan caimaneras de sábado en la mañana,  los duendes del beisbol se aparecen en cualquier lugar… y es así como una curva se convierte en línea.

La noche del 2 julio de 1963, en el Candlestick Park de San Francisco, los duendes del beisbol hicieron de las suyas: Se dividieron en dos equipos y unos estaban del lado de los Gigantes de San Francisco y los otros con los Bravos de Milwaukee.

No era un juego normal desde el principio,  pues sería un duelo entre el legendario Warren Spahn, ya con 19 temporadas brillantes en las Mayores y el joven lanzador dominicano Juan Marichal, quién estaba en su tercer año en las Grandes Ligas y el año anterior había impresionado por el dominio que le permitió ganar 18 desafíos.

Dicen que hacía calor esa noche en San Francisco y que había 15,921 testigos afortunados de uno de los momentos más estelares de la historia del beisbol.

Quienes lo vieron aún cuentan emocionados que después del inning nueve, era claro que ninguno de los dos iba a salirse hasta que no cayera el último out. Ninguno quiso entregar la pelota, no voltearon al bullpen. Eran unos gladiadores.

Ambos dominaban y sacaban los ceros, fue así por 16 episodios. Los duendes quisieron ver todos los lanzamientos que existen y por momentos hubo pelotas que inventaron rutas nuevas para alejarse de los bates.

Los Gigantes eran Harvey Kuenn, Willie Mays, Willie Mc Covey, Felipe Alou, Orlando Cepeda, Ed Bailey, José Pagán, Ernie Bowman, Check Hilley y Juan Marichal. Además salió Jim davenport de bateador emergente, pero no pudo conectarla.

Los Bravos tenían en su line up inicial a Lee Maye, Frank Bolling, Hank Aaron, Eddi Mathews, Norm Larker, Mark Jones, Del Crandall, Roy Mc Millan y el “viejo” zurdo Warren Spahn. Mas tarde entró Denis Menke a defender la antesala por Mathews.

Hasta el inning 16 sólo se colgaron ceros en la pizarra del Parque Candlestick.

Dieciséis entradas completas trabajó el joven dominicano,  tiró 227 pelotas. Años después le hemos escuchado decir que le dijo al manager  Al Dark que mientras el “viejo” Spanh estuviera picheando, él seguiría…

El veterano zurdo sólo había otorgado una base por bolas y permitido 8 imparables que no sumaron nada hasta ese inning 16, con 200 lanzamientos, sobre todo pitcheos quebrados en varias velocidades,  cuando apareció uno de los favoritos de los duendes del beisbol, uno que vivió con ellos dentro de la batera y en el cuero de su guante, tal vez el único capaz de distraer, sólo por tener el mazo en sus manos, a los duendes de Spahn y así ocurrió, poco después de la media noche, cuando cesan algunos hechizos; Willie Mays tomó turno con un out.

Dicen que fue una “screwball” , ese pitcheo que parece que se desvanece sobre el plato, que la bola quedó alta, en la zona de poder de “Say Hey Kid”, quien, como sabemos, tenía como filosofía: “ellos lanzan, yo bateo; ellos batean, yo la atrapo”.

Esa noche los duendes volvieron a irse risueños, por 4 horas y 10 minutos estuvieron escribiendo una de las mejores historias que se han visto y contado, mientras todos estaban mudos viendo un magnífico combate que tenía como armas: rectas y serpentinas.

viernes, 14 de junio de 2013

La hazaña del pitcher enamorado


Siempre se dice que los records están para romperse, que “no hay imposibles”, que “nada es eterno” y todos los lugares comunes que por el estilo usted pueda recordar.
Sin embargo hay varias excepciones para estos dichos. Por ejemplo no es imaginable que exista un lanzador capaz de superar las 511 victorias de Cy Young; los 2,632 juegos consecutivos de Cal Ripken jr; los 4,256 hits de Pete Rose; los 56 juegos consecutivos dando hits de Joe DiMaggio, los dos “grand slam” de Fernando Tatis en un mismo episodio o las nueve temporadas consecutivas como líder en robos de bases de nuestro Luís Aparicio.
En la lista es obligatorio incluir a John Vander Meer y sus dos juegos “sin hits ni carreras” consecutivos. Para romper esta hazaña, habría que hilvanar tres “no hitters”; ¿Cree el amable lector que es posible que esto ocurra?
El 11 de junio de 1938,  en apenas su segunda temporada en las Grandes Ligas, Johnny Vander Meer logró su primer juego sin hits ni carreras en el Crosley Field , hogar de los Rojos Cincinnati, ante 5.214 aficionados.
El lanzador de 23 años sólo necesitó 88 pitcheos, cedió tres bases por bola y ponchó a cuatro para acreditarse su sexta victoria de la temporada, a expensas de los Bravos de Boston que dirigía Casey Stangel.
Pero entre los 5.214 asistentes al parque de Cincinnati no estaba Lois Stewart, novia del joven lanzador nacido en New Jersey.
Dicen los cronistas de la época  que la muchacha no era muy conocedora del beisbol  y no entendió en su dimensión la hazaña de lograr un juego sin hits ni carreras.
Cuatro días después del primer “no hitter’, el 15 de junio, los Rojos estaban de visita en Nueva York para enfrentar a los Dodgers  de Broolyn en el Ebbets Field. Entonces Johnny Vander Meer le dijo a su novia quien vivía en New Jersey: “Quédate esta noche a ver el juego y yo lanzo de nuevo un juego sin hits, así lo entenderás”.
Increíblemente volvió a repetir la inusual proeza de no permitir imparables ni carreras. Maniató a los Dodgers aunque dio 8 boletos al tiempo que abanicó a 7 con 86 lanzamientos y Cincinnati ganó 6 por 0 a los dirigidos por Burleigh Grimes, la derrota fue para Max Butcher (4-3).
¿Fue una hazaña de enamorado?
Lo cierto es que nunca más ningún lanzador ha podido igualarlo, Justin Verlander estuvo a 10 outs de igualar la marca de John Vander Meer de sumar dos partidos sin hit en aperturas seguidas, pero Melky Cabrera  la arruinó con un triple.
Por trece temporadas estuvo “The Dutch Master” en las Mayores, once campañas con los Rojos, una con los Cachorros de Chicago y la última con los Indios de Cleveland en la que sólo abrió un encuentro y perdió en labor de tres innings. Las lesiones no le permitieron hacer una mejor carrera, de hecho su cuenta definitiva es de 119 ganados por 121 perdidos, pero es legendario y una historia  sin duda insuperable…aunque quien sabe, tratándose de amor y beisbol a lo mejor es verdad que “no hay imposibles”.
Fuentes consultadas (además de ser otra historia que me contó mi papá):
Baseball-reference.com
Baseball-almanac.com
Revista: Life (27 de junio 1938)

viernes, 24 de mayo de 2013

Y la luz se hizo


Y la luz se hizo: El primer juego de beisbol nocturno

Hace un montón de años, conversando sobre nuestra “primera vez”, Ramón Guillermo Aveledo, entonces presidente de la Cámara de Diputados, me dijo: “Afuera era de noche, pero dentro del estadio era de día”.
Hasta el sol de hoy le peleo que debe comenzar con esa frase su bellísima anécdota, la primera vez que fue a un juego nocturno con su recordado padre. Esperemos que sus obligaciones políticas le permitan sentarse a escribir de sus experiencias con el beisbol, que son una delicia.
Un recuerdo casi idéntico al de Ramón Guillermo Aveledo, pero en el Yankee Stadium, cuenta Billy Crystal en el documental “Baseball” de Ken Burns. Así que es una emoción universal.
La primera vez en estadio suele ser inolvidable; no importa si es un estadio de las Grandes Ligas, el Universitario,  el “Antonio Herrera Gutiérrez” o uno pequeño y modesto. Todos tienen en común el ser “Campos de sueños”; dentro del diamante puede ocurrir cualquier hazaña con nosotros de espectadores.
Es un bellísimo espectáculo presenciar el arreglo del parque, a plena luz o ya al atardecer cuando el personal de mantenimiento prepara el campo, acomoda la tierra y se trazan las rayas de cal. Si es el final del día entonces hay que añadir que las luces se encienden antes de que anochezca, así que el sol puede irse tranquilo.
Pero si llegamos de noche la llegada al parque siempre es alucinante, porque venimos con la oscuridad, encontrándonos con los amigos y conocidos en el aro externo y después de atravesar un pasillo que puede ser grande o pequeño, nos encontramos con un campo iluminado para ver la bella combinación de la tierra y la grama, los límites de cal y unos hombres que preparan sus cuerpos para el enfrentamiento que está por comenzar…
Entonces seguimos con la mirada la torres de luz, vamos detallando la estructura y terminamos, los más pequeños, los medianos y los altos, como niños asombrados, con la cabeza hacía arriba, mirando los reflectores que derrotan a la noche, que está un poco más allá.
Fue en 1935, un 24 de mayo, cuando por primera vez ocurrió el milagro del día dentro de la noche en un parque de beisbol.
Fue el primer juego nocturno de las Grandes Ligas.  Cincinnati derrotó a Filadelfia 2 x1  en 10 innings y el magnífico escenario  fue el “Crosley Field”.  Exactamente 20.422 afortunados fanáticos asistieron el histórico día.
El Presidente Franklin D. Roosevelt, desde la Casa Blanca,  oprimió un botón para encender los 363 bombillos de 1.000 KW cada uno que dieron luz al beisbol por primera vez.
Y la luz se hizo…

lunes, 20 de mayo de 2013

Bleacher


Llegó a Júpiter en 1990, así que no se perdió un sólo día la construcción del Roger Dean Stadium, inaugurado en 1998 y hogar primaveral de los Expos de Montreal hasta que desaparecieron, los Cardenales de San Luís y desde hace poco los Marlins.
Es uno de los parques de la Liga de la Florida, asiento de los Palm Beach Cardinals y los Júpiter Hammerheads.
Lo que más le entusiasma es hablar de beisbol y recordar todo lo que ha visto desde su silla.
Se dice que el sobrenombre “Bleacher”  se lo pusieron de tanto verlo detrás de los jardines, en los estadios donde se juega pelota infantil, desplazándose de un lado a otro, animando y aplaudiendo a los chiquillos cuando hacen jugadas que no se ven ni en las grandes ligas.
Desde ahí, como cualquier espectador de un juego de pelota, critica las decisiones del manager y pronostica quienes pueden ser peloteros profesionales. Aunque parezca increíble, de vez en cuando logra fildear un batazo y al terminar la partida hace firmar la bola al jonronero.
Más de un centenar de pelotas están guardadas en una vitrina especial que su nuera le permitió tener en el garaje.
No hace diferencias, al lado de una bola autografiada por  Lou Brock, Ozzie Smith o  Jim Palmer, están las firmadas por los muchachitos. Las atesora y recuerda en que parte pudo atraparlas.
En silencio disfruta recordando sus grandes momentos como fildeador y las veces que los muchachos, técnicos,  padres y amigos presentes en el juego, se han puesto de pie para aplaudir su impresionante habilidad de manejar el motor de la silla con la mano derecha, mientras persigue la pelota hasta que  la captura  con el guante que lleva en la otra mano. Sabe leer los batazos y ubicarse.
A veces devuelve la esférica con cierto pesar, cuando sabe que no  puede llevársela de souvenir, porque en los juegos de esa categoría siempre hacen falta pelotas.
Retrocede a unos metros de la reja y lanza un elevado fly al jardinero derecho y aprovecha para comprobar que no son inútiles los ejercicios que no ha dejado de hacer con las mancuernas.
Además de gustarle el beisbol, también disfruta las tardes en el muelle de la playa, con su caña de pescar y una pequeña cava que lleva con dos cervezas holandesas y regresa llena de pescados.
Desde que enviudó vive con su hijo y su nuera. Su único nieto jugó pelota hasta que consiguió una beca para estudiar en la Universidad y se quedó viviendo en Boston donde es profesor de biología en una pequeña escuela. Viene de visita en invierno un par de semanas y luego vuelve en primavera, cuando Cardenales y  Marlins están terminando la pre-temporada y las estrellas y los buenos prospectos terminan de alistarse en los juegos de exhibición.
En el Roger Dean, que no tiene gradas al fondo, Bleacher ubica su silla en la localidad reservada para los minusválidos y disfruta el juego mientras le cuenta a su nieto y vecinos lo que han hecho todos los jugadores, grandes ligas establecidos, novatos  y veteranos que podrían estar en el inicio de su última campaña en la Mayores.
A muchos, especialmente a los que salieron de las granjas de los Cardenales, los Marlins y antes los Expos de Montreal, los ha visto jugar desde que llegaron y muchos son sus amigos.
Es habitual ver a los jugadores voltearse para saludarlo desde el círculo de espera. Bleacher les responde el saludo con una sonrisa y les hace una seña que ya sabrán ellos lo que significa, pero no son pocas la veces que conectan un hit o llevan la bola más allá de la cerca.
Cuando los Expos tuvieron de manager a Felipe Rojas Alou, practicaba español hablando con el sabio pelotero dominicano. El beisbol era el tema ineludible, cada día que coincidían analizaban a un jugador diferente y también hablaban de lo difícil que es para un muchacho que viene de Dominicana o Venezuela convertirse en una estrella de las grandes ligas.
La mayoría de esos jovencitos tienen historias de mucho sacrificio, vienen de familias pobres y comenzaron a jugar beisbol en cualquier terreno malo, lleno de huecos, sin grama, en la calle, con pelotas hechas por ellos.
Nada que ver con los estadios en los que crecen los muchachos de Júpiter, un pueblo apacible y acomodado del sur de la Florida, cercano a Palm Beach, donde los campos de beisbol menor abundan y son preciosos, mantenidos con esmero por la municipalidad.
Para él resultaba fantástico e increíble que con todas las dificultades que le contaba Alou, existieran peloteros como Andrés Galarraga o Vladimir Guerrero, a quienes admiraba especialmente y tenía el privilegio de conocer, de ellos no sólo conservaba una pelota autografiada, también les había pedido bates que exhibía con orgullo mientras contaba la historia de cada uno sin perder detalle.
A Bleacher le gustan todos los aspectos del juego, pero lo que más disfruta es el batazo de vuelta completa. Casi nunca se equivoca al predecir los jonrones desde que oye el impacto de la bola y el bate y sin ninguna humildad le grita a quien tenga al lado “¡Te lo dije que se iba!”.
No es fanático de ningún equipo en especial, alguna vez siguió a los Medias Rojas, pero se cansó de apostar por ellos y se ríe al recordar que en 2004, cuando ganaron el título de la Serie Mundial, se alegró pensando en que su nieto estaba en aquella celebración que se extendió por días, pero se lamentó también pensando en los Cardenales y especialmente en Albert Pujols, a quien ha visto dar batazos de todos los calibres desde que era un prospecto.
Con la experiencia de haber sufrido tanto por los patirojos,  creía que una vez más la Nación de los Medias Rojas se quedaría en la fría tiniebla de la derrota.
Sin la atadura que significa ser fanático de un equipo, su afición se concentra en los jugadores, vivir en un pueblo como Júpiter y ser vecino del Roger Dean, le han permitido conocer a muchos, unos que pudieron llegar y mantenerse en las Grandes Ligas y otros que a pesar del talento no pudieron con el nivel, algunos por indisciplina  y otros porque se lesionaron a mitad del camino o no tuvieron suerte.
Por eso se alegra tanto cuando lee que el muchacho que llegó de Venezuela siendo un niño a los Júpiter Hammerheads, ahora es uno de los mejores bateadores de las Grandes Ligas, tal como él predijo muchas veces.
Siempre le impresionó su gran tamaño y la fuerza que mostró desde sus primeros batazos. Le parecía obvio que era un atleta desde pequeño,  no era usual que un jovencito de poco menos de 18 años tuviera la contextura perfecta, además de la habilidad innata que demostraba cada vez que se paraba en el plato.
En el Roger Dean, desde su puesto en la tribuna, Bleacher acertó cada jonrón que le pronosticó y muchas veces fue capaz de decir incluso por dónde se saldría la esfera. Pronto el jugador de Maracay se convirtió en su favorito, siempre tuvo la certeza de que estaba viendo nacer una súper estrella.
Su nombre  destacaba en los análisis de los expertos, pero a él le parecía que se quedaban cortos o dejaban una cualidad por fuera. Si hablaban de su fuerza no decían nada de su carácter, si resaltaban su habilidad para hacer contacto no hacían referencia a su inteligencia y a su liderazgo.
Cuando el muchacho subió al equipo grande con los Marlins en 2003, muchos cronistas manifestaron su asombro por el indiscutible talento del venezolano. Para él todo lo que estaba ocurriendo era simplemente la confirmación de su pronóstico,  es un “natural”.
Los Marlins llegaron a octubre en el lugar del comodín y trascendieron a la Serie Mundial para enfrentar a los Yanquis, las apuestas estaban a favor de los Mulos del Bronx, pero Bleacher siempre iba en contra de ellos, deber que le quedó de su pasado fanatismo por los Medias Rojas.
Llegó el juego que se decía era el último de Roger Clemens y cuando su favorito se paró en el plato, Bleacher no tuvo duda en anunciarle a su hijo que el “Cohete Tejano”  recibiría un jonrón, lo dijo lamentándose por estar sentado en la tribuna y no en las gradas, donde es muy posible atrapar un batazo de Miguel Cabrera.

jueves, 2 de mayo de 2013

El Día que el Caballo no jugó


Era hijo de inmigrantes alemanes y nació y creció en las calles de Manhattan, donde la mayoría de los niños eran practicantes de una nueva “religión” llamada beisbol. Entonces, igual que ahora y como sucede en cada lugar de este mundo en el que unos muchachos quieren jugar pelota, cualquier terreno se convertía en un estadio.

Así creció él, jugando beisbol y otros deportes, aunque el beisbol y sobre todo batear era lo que le gustaba especialmente.

Su madre trabajaba como cocinera y su padre era mesonero en el comedor de la Casa de la Fraternidad de la Universidad de Columbia. Cuando terminó el colegio, se incorporó a ayudarlos, en las mañanas colaboraba con el desayuno antes de irse a la  Escuela Superior de Comercio, donde hacía varios deportes, destacando en el beisbol por su habilidad y fuerza para batear.

Su talento deportivo y buen comportamiento, además de la buena reputación de sus padres, le valieron una beca para estudiar arquitectura en la Universidad de Columbia donde de inmediato se incorporó al equipo de fútbol americano y al de beisbol.

Estuvo en pocos juegos entre las temporadas de 1923 y 1924, no era regular, pero en 1925 se quedó definitivamente en la nómina del equipo grande. El 31 de mayo, por primera vez su nombre apareció en la alineación como bateador emergente. Al día siguiente, el primera base regular, Wally Pipp, le participó al manager Miller Higgins que tenía un dolor de cabeza muy fuerte. Entonces Higgins le anunció al muchacho estaba en el line up abridor; desde ese día el nombre de Lou Gehrig no dejaría de aparecer por 2.130 juegos consecutivos.

Pronto se convirtió en una gran estrella, brillando nada menos que al lado de Babe Ruth. “El Bambino” era tercer bate y Lou el cuarto de la alineación. A diferencia de su famosísimo compañero, Gehrig era un hombre que prefería estar alejado de los focos, no era parrandero ni mujeriego.  (Lástima, pensarían algunas, porque era tan guapo, que cuando vino la hora de llevar su vida al cine lo encarnó Gary Cooper, aunque el actor no era tan buenmozo como el pelotero).

Claro que ser el cuarto bate de los Yankees y pasar desapercibido era y es una labor imposible, pero él se esforzaba porque fuera del estadio su vida fuese más discreta.

En 1927  bateó .373 y en 1928 dejó promedio de .374. Conectó 47 jonrones en 1927, cuarenta y seis en 1931 y  49 en 1936.

Era un estrella, iba acumulando números y hazañas increíbles, su carrera impresionaba temporada tras temporada, era un “Yankee perfecto”. Ruth y el se dejaron de hablar por un chisme que nunca ha sido aclarado, en un tiempo en el que juego del Babe comenzó a descender, mientras el de Gehrig no dejaba de impresionar.

Una tarde de Julio de 1933, el cronista de beisbol Dan Daniel, revisando lo números de Gehrig,  descubrió que su nombre aparecía en cada juego desde aquel 31 de mayo cuando salió como emergente y al día siguiente como abridor en primera base, el día que le dolió la cabeza a Wally Pipp:  “Tu has jugado en cada juego desde el 1ero de junio 1925, en 1.252 juegos consecutivos hasta hoy”  le informó el escritor quien además le anunció que la marca era de 1.307 en poder de Everet Scott. Lou lo dejó atrás y se mantuvo jugando.

En 1934 logró la triple corona y en ese mismo año llegó a los 1.500 juegos consecutivos y sumó 300 vuelacercas.

Con Lou Gehrig en la alineación, los Yankees ganaron seis Series Mundiales, de por vida dejó promedio de .340, con 493 jonrones , 1995 carreras empujadas y 534 dobletes (por cierto Bob Abreu colecciona 531 batazos de dos esquinas).

En 1938 su producción comenzó a mermar, era evidente que no era el mismo, en 1939 se presentó irreconocible, en ocho juegos bateaba para 143 y era obvio que sus piernas no le respondían, casi no podía correr las bases.

El 2 de mayo, uniformado, le dijo al manager Joe McCarthy que lo sacara de la alineación.

-“Es por el bien del equipo”-le dijo.

Esa noche el anunciador interno del Yankee Stadium hizo el siguiente anuncio: “Damas y caballeros, ésta es la primera vez que el nombre de Lou Gehrig no aparecerá en la alineación en 2.130 juegos consecutivos”.

El estadio le brindó una sonora ovación.

Gehrig fue diagnosticado de “esclerosis lateral amiotrófica” (ELA) una enfermedad neurológica progresiva, invariablemente fatal, que ataca a las células nerviosas (neuronas) encargadas de controlar los músculos voluntarios. Esta enfermedad pertenece a un grupo de dolencias llamado enfermedades de las neuronas motoras, que son caracterizadas por la degeneración gradual y muerte de las neuronas motoras. Desde entonces también se le llama “Enfermedad de Lou Gehrig” y aún no tiene cura.

Escogió el 4 de julio para anunciar su retiro, 61,808 fanáticos plenaron el estadio para despedir al “Caballo de Hierro”. Ese día fue retirado su número (4),  la primera camisa que colgaron los “Bombarderos del Bronx”.

Cuando le llegó el turno de hablar, las palabras no le salían, el Yankee Stadium comenzó a gritar “¡Queremos a Lou!, ¡Queremos a Lou!” y Lou respondió con uno de los discursos más hermosos y conmovedores jamás escuchados en un estadio o en ningún otro lugar,  con la inolvidable frase: “Me considero el hombre mas afortunado sobre la faz de la tierra“.

Al terminar el discurso, Babe Ruth le dio un fuerte abrazo en señal de que los estragos del malentendido habían quedado olvidados. Los dos amaban el beisbol y la verdad es que la pasaron bien juntos, ganando juegos, repartiendo batazos por aquí y por allá...

Los exámenes a los que fue sometido después demostraron que por años estuvo jugando beisbol resistiendo fuertes dolores y espasmos.

Unos días después ese mismo año fue ingresado al Salón de la Fama de Cooperstown. Sus últimos años los dedicó a labores sociales para niños con problemas junto al alcalde de Nueva York Fiorello La Guardia. Murió el 2 de junio de 1941.

Cal Ripken jr, campocorto de los Orioles de Baltimore,  rompió su record el 6 de septiembre de 1996 y siguió jugando. Dejó la marca en 2.632 juegos consecutivos y aunque se dice que todos los records se hicieron para romperse, no parece posible que alguien sea capaz de darle alcance a alguno de los dos.

No en estos días en los que, como para Wally Pipp, un dolor de cabeza es suficiente para no jugar.

“The Iron Horse” y “The Iron Man”, dos de las mejores y más ejemplares historias que pueden contarse en el beisbol.

Cuando Ripken rompió la marca, Joe DiMaggio le dijo: "Estoy seguro que donde quiera que este mi compañero de equipo Lou Gehrig, se está quitando la gorra ante usted".

Esta es lista de los 15 con más juegos seguidos:

1.         Cal Ripken, Jr.            2.632

2.         Lou Gehrig                  2.130

3.         Everett Scott               1.307

4.         Steve Garvey             1.207

5.         Miguel Tejada             1.152

6.         Billy Williams             1.117

7.         Joe Sewell                   1.103

8.         Stan Musial                  895

9.         Eddie Yost                   829

10.       Gus Suhr                      822

11.       Nellie Fox                     798

12.       Pete Rose                     745

13.       Dale Murphy              740

14.       Richie Ashburn            730

15.       Ernie Banks                 7 17

"Me tomé las aspirinas más caras de mi vida". Wally Pipp.

lunes, 22 de abril de 2013

Don Luis Aparicio es Venezuela


Corría la primavera de 1967. Los Orioles de Baltimore venían de titularse campeones de la Serie Mundial. Una pareja de venezolanos entra a una tienda de deportes en Nueva York. Al momento de pagar, el cajero inicia una conversación preguntándoles de dónde venían; el señor le responde: "De Venezuela".  Al ver la cara de desorientado del dependiente, continuó: "Petróleo", pero el hombre siguió sin ubicarse; entonces le dijo: "Somos del país de Luis Aparicio". De inmediato el vendedor le respondió: "Él es americano, nació en Estados Unidos". La discusión continuó por un rato, hasta que el cliente tuvo la razón, nuestro compatriota no quiso dejar el tema hasta que el cajero reconociera que Aparicio era venezolano. Sin embargo, el hombre, para no perder, le dijo: "Pero él se nacionalizó ciudadano estadounidense", cosa que sabemos jamás ocurrió.

La anécdota, contada por mi papá, sirve para ilustrar lo que significa el nombre de Luis Aparicio. 

En aquellos ya lejanos años 60, una buena forma de ubicar a Venezuela en el mapa era decir el nombre del estelar campocorto. 

Debutó en las Grandes Ligas el 17 de abril de 1956, con los Medias Blancas de Chicago. Era el sexto venezolano en diecisiete años que llegaba a las mayores. Vale el dato para explicar que en aquellos años era muy difícil, aun más que hoy, llegar a eso que llaman "el mejor beisbol del mundo". 

No había treinta equipos como ahora, sino dieciséis; de hecho no es sino hasta 1961 cuando los dueños de equipos deciden expandir cada liga de  ocho a diez clubes. Había que ser una verdadera estrella para estar en las Grandes Ligas.     

Aparicio llegó con su beisbol a las mayores, donde lo único que importa es jugar buena pelota. Luis Ernesto Aparicio Montiel, hijo de Luis Aparicio "el Grande" de Maracaibo, no podía contar con el abolengo que le era reconocido por estas tierras, sino con su guante, su inteligencia y su talento.

Llegó a los Medias Blancas de Chicago para sustituir a otro venezolano, Alfonso Carrasquel, quien, ante su llegada, había sido enviado a los Indios de Cleveland.
En su año de debut se alzó con el premio al Novato del Año, fue el líder robador, con veintiuna estafas, e inició uno de los récords irrompibles del beisbol mayor: desde 1956 y hasta 1964 hilvanó nueve títulos como campeón estafador. De hecho, en la placa que lo describe en el Salón de la Fama de Cooperstown se destaca, además de su magnífico fildeo, su rescate al robo de bases como jugada ofensiva para el beisbol.

Dicen que los números son fríos, pero en dieciocho temporadas consiguió nueve Guantes de Oro, que hablan de su excelencia en la defensa de la pradera corta; trece invitaciones al Juego de las Estrellas explican por qué pertenece a la élite de los superiores; 2.583 juegos en el campocorto resaltan su constancia y disciplina; 2.677 imparables describen al hombre perfeccionista y 506 bases robadas revelan al pelotero veloz, pero sobre todo inteligente.

Su estelar trayectoria en Chicago, Baltimore y Boston lo llevó en 1984 al Salón de la Fama del Beisbol, donde sólo habitan los inmortales.  

Volviendo a aquella tienda de Nueva York, luego de este vistazo a la vida de don Luis, es explicable que aquel vendedor haya inventado que era gringo; después de todo, ¿quién no quiere ser compatriota de un tipo así? Pero no, decir Luis Aparicio es decir Venezuela.

sábado, 20 de abril de 2013

Papá Y Jackie



Papá jugaba beisbol desde que su memoria podía recordarlo. Desde cuando los niños eran reprendidos por jugar pelota en cualquier calle. Sin embargo, supo compaginar sus estudios, el juego y las horas que dedicaba a ayudar a mi abuelo en la venta de periódicos,  así que el beisbol no fue un problema. Vivían en Propatria, eran 13 hermanos y los mayores tenían que trabajar para contribuir en la casa.
     
Entró en la Escuela de Medicina y de inmediato en el equipo de beisbol de la Universidad Central de Venezuela, beisbol amateur, claro, pero de muy buen nivel.
   
Era buen pelotero y buen estudiante, por eso resultó premiado con una invitación que en 1949 hicieron la Asociación Venezolana  de Beisbol Amateur y la Embajada Americana a Nené Padrón, a él y a Pedro Montes. Al viaje se unió  Nicolás “Zamurito”  Berbesía, jugador profesional del OCP de La Guaira, el cual pagó sus gastos, también en recompensa por su buen trabajo.
    
La prensa de entonces los bautizó como “Los Tres Mosqueteros” y les hizo un seguimiento cariñoso y extenso de aquel viaje en el que el trío conoció el Yankee Stadium, el Ebbets Field y el Polo Ground, los parques de los Yankees, los Dodgers, que aún eran de Brooklin, y los Gigantes, entonces también de Nueva York.
    
Mi abuela Manuela, a pesar de tener que atender una familia de tantas personas, tuvo tiempo para recortar todo cuanto salió publicado del viaje de los “Mosqueteros”, afortunadamente, porque lo organizó en un álbum de hojas que alguna vez fueron blancas y en las que pegó todas la crónicas y fotos que se hicieron sobre el trío de peloteros en Nueva York.
    
En las imágenes están los tres en un restaurante de la ciudad, en el observatorio del Rockefeler Center, saliendo del Metro, subiendo por las escalerilla del avión, conversando con Leo Durocher, mánager de los Dodgers, y en otra, papá conversando con Jackie Robinson, la superestrella negra del beisbol, que un par de años atrás había revolucionado a las grandes ligas al convertirse en el primer jugador de raza negra en llegar a la Gran Carpa.
    
El álbum artesanal de mi abuela, que consistía en unas hojas engrapadas y protegidas por cartulinas azules que eran las portadas, llegó a mí en forma casual, una tarde de esas en las que a mamá le daba por organizar gavetas y apareció entre fotos y periódicos viejos.

Con emoción y nostalgia me habló de aquel encuentro inolvidable, su primer viaje fuera de Venezuela y encima para ver beisbol.
    
La invitación fue espléndida, los llevaron a los sitios de moda y pudieron estar en los terrenos de los tres estadios de la ciudad. 
     
Cuatro décadas después del inolvidable viaje, el programa de RCTV “Atrévete a soñar” volvió a reunirlos y los llevó otra vez a la Gran Manzana, a ver beisbol. Esa vez fui yo con ellos y pudimos presenciar el debut de Orlando “El Duque” Hernández contra Tampa Bay, pero al primer juego que fueron los Mosqueteros en aquella primera invitación fue nada menos que un Yankees-Boston y antes del partido compartieron con Casey Stengel, Joe Di Maggio, Ted Williams, Phil Rizzuto…   
     
Recordando 1949, me explicó por primera vez lo que significó Jackie Robinson para el beisbol y para la lucha por los derechos civiles de los negros. Era un hombre afable, sobrio y sencillo, además de un talentoso jugador. Así lo recuerda mi papá, pero también la historia, El paso del tiempo ha servido para ratificar que sólo Jackie podía abrir la puerta del “Big Show” a los peloteros negros.
    
Además de ser un atleta destacado en las Ligas Negras, Robinson tenía la formación y el carácter para soportar todo cuanto hubo que soportar en aquellos días de segregación racial.

Tenía perfectamente claro lo que significaba su comportamiento. Jackie a diferencia, tal vez, de Satchel Paige o Josh Gibson, no sólo quería jugar pelota, era un decidido luchador por los derechos civiles de su raza; de hecho, cada vez que fue objeto de un homenaje, no dejaba de señalar que deseaba ver un mánager negro en las Mayores. A los tres años de su muerte Frank Robinson se convirtió en el primer mánager “de color” en las Grandes Ligas, con los Indios de Cleveland.
    
Había servido a su país en la Segunda Guerra Mundial y era egresado de la UCLA, lo que además le daba un estatus diferente.
    
Otro no hubiese aceptado la intolerancia, los insultos, las humillaciones y la tara del racismo. Cuando Branch Rickie, co-propietario, presidente y gerente general de los Dodgers, decidió que sería Robinson y no otro, no Gibson o Page, el primer negro en las Grandes Ligas, no se equivocó.
    
Muchas veces tuvo que contenerse para no defenderse de los ataques. Tenía sólida conciencia de que ponerse bravo era perder. Si Robinson hubiera respondido una sola ofensa en su año de debut o al siguiente, habría pasado mucho más tiempo antes de que otro negro hubiese podido llegar tan lejos. Una pelea habría cerrado la puerta que era necesario abrir.
    
Más allá de sus números de novato, Robinson se convirtió en un personaje fundamental de la historia de Estados Unidos en el siglo XX.
           
Dos deportistas negros, primero el veloz Jesse Owens –el cuatro veces medallista olímpico que hizo marcharse a Adolfo Hitler del estadio de Berlín–, luego de cruzar la meta de primero, volviendo añicos la teoría de la superioridad de la raza aria, y Jackie Robinson, se convirtieron en emblemas de la lucha por derrumbar las barreras raciales.
    
Poco se dice de Matthew, hermano mayor de Jackie, quien fue medallista de plata en Berlín en los 200 metros planos, detrás de Owens, pero como “del segundo nadie se acuerda”, la historia quedó reservada para el menor. 
    
Esta dimensión de Robinson la entendí después, para mí era simplemente un pelotero negro, enorme y de expresión amable,  que aparecía en una foto en la que el tipo más importante, era mi papá.